Vox y la supuesta ilegitimidad del gobierno
La actitud de Vox ante el gobierno va más allá del rechazo
radical a las medidas que este adopte o a los objetivos generales que persigue,
sino que, como de nuevo se manifestó con motivo de la comparecencia de Sánchez
en el Congreso, impugna la propia legitimidad de aquel, que habría llegado al
poder, en palabras de Abascal durante la sesión de investidura del 7 de
enero, mediante “un golpe institucional”, cuyo primer acto lo constituiría la
moción de censura que apartó del poder al Partido Popular. Sin embargo, dado
que tanto la moción de censura como las posteriores elecciones se desarrollaron
de acuerdo con lo previsto en la Constitución, la acusación de ilegitimidad
carece totalmente de fundamento. No obstante, el hecho de haberla planteado e
insistir en ella, es muy revelador acerca de las concepciones de Vox, pues
sugiere que para este partido hay una fuente de legitimidad que está por encima
de la Constitución y, por tanto, de la ley. No puede aquella ser otra que
España, pero entendida no como el conjunto de los ciudadanos que
democráticamente establecen unas reglas de convivencia, sino como un ente
orgánico. Nos hallamos ante la España inmortal, por encima de la cual, según expresó
el doctor Albiñana en los años 30, solo está Dios. Una nación que se concibe
como un organismo cuya existencia se remonta a lo más profundo del tiempo y se proyecta
hacia la eternidad. Este organismo es la expresión del Volksgeist
(espíritu del pueblo), que se desarrolla a través de la historia, conservando,
a semejanza de los seres vivos, su identidad. El Volksgeist establece una
ligazón mística entre la generación actual, las pasadas y las futuras, que
quedan integradas en una Volksgemeinschaft, una comunidad del pueblo, caracterizada
por una historia y una cultura compartidas, y quizá también (esperemos que Vox
no lo considere así, aunque la boutade de Ortega Smith sobre sus genes
españoles no invita al optimismo) unos lazos biológicos.
Ahora bien, el hecho de que España sea inmortal no impide
que su existencia se vea amenazada por enemigos externos e internos. La Volksgemeinschaft
se debilita por la entrada en su territorio de elementos alógenos, portadores
de historias y culturas distintas. El inmigrante se percibe como el otro, el
reverso de los valores propios y su presencia solo se tolera en la medida en
que pueda ser indispensable para el mantenimiento de la actividad económica, es
decir, en tanto que pueda ser utilizado como mano de obra barata sometida
siempre a la amenaza de expulsión. Entre ellos y los miembros de la Volksgemeinschaft
debe erigirse un muro si no físico al menos mental que impida la contaminación.
Para ello se limitarán sus derechos y todo delito cometido por uno de ellos
será imputado a todo el colectivo, mientras que sus acciones positivas serán
entendidas como puramente individuales. Esto, unido a la masiva difusión en las
redes sociales de rumores alarmantes y noticias a menudo sacadas de contexto o
manipuladas, cuando no simple y rotundamente falsas, contribuye a fortalecer
los sentimientos de pertenencia comunitaria de quienes se sienten así
amenazados, que reclamarán medidas de protección, sin importarles si estas son
compatibles con la dignidad y los derechos humanos.
Pero aún más peligrosos son los enemigos internos, es decir,
aquellos que, aunque por nacimiento pertenecen a la Volksgemeinschaft
defienden valores incompatibles con su esencia eterna. La nómina es variada.
Incluye naturalmente a los separatistas, pero también a todos los que en uno u
otro sentido defienden concepciones de la sociedad juzgadas extrañas a la
historia y cultura compartidas, entre ellos en lugar destacado feministas,
homosexuales, ecologistas y activistas de organizaciones de apoyo a inmigrantes,
y, más en general, todos aquellos que en alguna medida se identifican con posiciones
políticas de izquierda.
Cobra así sentido la acusación de ilegitimidad contra el gobierno
presidido por Sánchez. No se trata de que este se haya constituido de manera
inconstitucional, sino de que está integrado por gentes que corrompen la Volksgemeinschaft
y con ello debilitan la esencia inmortal de España. En definitiva, es un
gobierno de traidores y si la Constitución lo ampara, tanto peor para la
Constitución.
No quiero decir con esto que Vox sea un partido fascista,
pues le separan del fascismo su liberalismo económico y su declarada voluntad
de aligerar el peso del Estado. Comparte con él, sin embargo, una visión
esencialista de España que descalifica a priori para gobernar a todo el
que no la suscriba. La legitimación no deriva de las leyes, ni siquiera de la Constitución,
sino de una entidad nebulosa de carácter místico.
El Señor nos coja confesados si llegan a gobernar.
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