Al asalto del Paraíso 5. Dios, Patria y Rey
La Iglesia católica mantuvo una actitud de rechazo
enérgico frente a la fe en el progreso, cuyo carácter herético y hasta
diabólico denunció en repetidas ocasiones desde el siglo XVIII, vinculándola
con el desarrollo de la masonería y otras sociedades secretas. Su actitud ante
la religión nacional fue en cambio muy distinta, llegando a establecer en
muchos casos una relación simbiótica con ella, en tanto que esta, en sus
versiones más conservadoras, aceptó el catolicismo como rasgo esencial del Volk.
Se constituyó así un antiliberalismo clerical, nacionalista y monárquico, que se
manifestó en movimientos como el carlismo español, el miguelismo portugués o el
legitimismo francés, si bien su influencia no se limitó a ellos, sino que
alcanzó a toda la derecha católica.
Las conflictos entre el poder espiritual y el temporal han sido recurrentes en la Cristiandad occidental. De la dureza que alcanzaron en algunos momentos dan testimonio los enfrentamientos entre el emperador Teodosio y san Ambrosio, Enrique IV y Gregorio VII, Enrique II y santo Tomás Beckett, o el saco de Roma por las tropas de Carlos V. En los países en que triunfó la Reforma protestante, el poder civil había afirmado su supremacía sobre unas iglesias fragmentadas desprovistas de una autoridad central. En los países fieles al catolicismo, persistió, en cambio la pugna entre unos reyes deseosos de poner a la Iglesia bajo su control y terminar con sus privilegios fiscales o al menos reducirlos, y unos papas de firmes convicciones teocráticas. El hecho de que el patrimonio territorial de la Iglesia, en cuanto legataria de mandas piadosas, no cesara de aumentar, agravaba el problema. Se trataba de tierras, que, como los mayorazgos de la nobleza o los bienes de aprovechamiento comunal de los municipios, no podían enajenarse, con lo que escapaban al mercado. Eso hizo que ya antes de la Revolución francesa, los reyes intentaran alguna medida desamortizadora de alcance limitado. La expulsión de los jesuitas de Francia, Portugal y España y la disolución de la orden en 1773 muestra el grado de tensión alcanzado por la relación entre los dos poderes.
Mientras que en Italia el integrismo católico choca frontalmente con el movimiento nacionalista unificador, en Polonia o Irlanda el catolicismo se convierte en un referente esencial de la identidad colectiva para un pueblo que se siente amenazado por la imposición de un poder visto no solo como extranjero, sino también como cismático o herético. En otros países de fuerte implantación católica, la sociedad se escinde en grupos con concepciones del mundo contrapuestas, de un lado aquellos anclados en una religiosidad tradicional aferrada a una lectura literal de los libros sagrados y de otra los creyentes en la nueva religión del progreso, a los que habría que sumar a sectores católicos dispuestos al diálogo con la modernidad. Entre ambos, a lo largo del siglo XIX e incluso más allá, el enfrentamiento es constante y estalla repetidamente en conflictos armados, de tal manera que Émile Poulat ha podido hablar de la «guerra entra las dos Francias», de un lado la jerárquica, conservadora y católica, y de otro la moderna, progresista y republicana[20]. Unos y otros, sin embargo, con la única excepción de las corrientes internacionalistas del socialismo, se entregarán al culto de la nación, si bien diferirán en sus interpretaciones del pasado y en los mitos en que las sustentan.
Tras la parcial unificación de los monárquicos a la muerte del conde de Chambord[21] y en el clímax antijudío que acompañó al estallido del caso Dreyfus, Acción Francesa se convirtió en el principal representante político de la Francia jerárquica y conservadora, si bien no fue en ningún modo un partido confesional, pues en él privó siempre el componente nacionalista. De hecho, su principal líder, Charles Maurras, se identificó de manera pública como agnóstico. Su valoración del catolicismo no se apoyaba en razones religiosas, sino en la convicción de que se trataba de un elemento constitutivo esencial de la nación francesa. La conversión de Clodoveo en el año 496 quedaba elevada al rango de mito fundacional y Juana de Arco, la humilde virgen inspirada por Dios para liberar a la patria del yugo inglés, se convertía en la manifestación palpable de que incluso en los momentos más sombríos, cuando las élites vacilan ante el extranjero, el pueblo se alza vigoroso para afirmar su identidad y su permanencia. En consecuencia, los no católicos no son aceptados como franceses auténticos, sino vistos como un enemigo enquistado en el seno de la nación. Así lo expresa Charles Maurras en un artículo aparecido el 21 de octubre de 1898 en La Gazette de France:
Para la Francia conservadora, el que Dreyfus fuera o no culpable de los hechos que se le imputaban, era en realidad algo secundario: al ser judío, independientemente de sus acciones, era un potencial traidor a la patria, como también lo eran de hecho quienes al defender su inocencia cuestionaban a la cúpula del ejército.
El 9 de junio de 1925, mientras en un ambiente progresivamente violento se suceden los enfrentamientos callejeros y los asesinatos políticos, Maurras publica en forma de carta un artículo contra el ministro del Interior Abraham Schrameck, en el que se refiere a este como extranjero en cuanto judío y lo vincula además con la masonería e indirectamente con Alemania, el gran enemigo cuyo afán de desquite denunciará una y otra vez:
«… usted es el Judío. Usted es el Extranjero. Es el producto del régimen y de sus misterios. Proviene usted de los bajos fondos de la policía, de las logias y, su nombre así parece indicarlos, de los guetos renanos. […] Se ha convertido así, señor Abraham Schrameck, en la viva imagen del Tirano sobre el que los pueblos oprimidos han ejercido desde siempre su derecho. […] Y, como ahí tenemos sus amenazas, señor Abraham Schrameck, como se dispone usted a entregar a un gran pueblo al cuchillo y a las balas de sus cómplices, he aquí la respuesta prometida. Le respondemos que le mataremos como a un perro[23]».
Pese a que su interpretación ideológica de la historia francesa no descansaba en motivaciones religiosas, Maurras alcanzó entre los católicos una gran popularidad, que solo se vio debilitada a partir de 1926, tras la condena papal, que luego sería parcialmente levantada. Por otro lado, su hostilidad hacia Alemania no le impedirá, al contrario que otros nacionalistas, apoyar al régimen de Vichy tras la capitulación de 1940.
La identificación por Menéndez y Pelayo de la esencia nacional con el catolicismo obedece, por el contrario, a un auténtico sentimiento religioso, que le lleva a ver a España como un pueblo elegido. Así lo expresa con emotivo arrebato en una obra temprana, Historia de los heterodoxos españoles, aparecida en 1882:
«…en los arcanos de Dios les estaba guardado [a los españoles] el hacer sonar la palabra de Cristo en las más bárbaras gentilidades; el hundir en el golfo de Corinto las soberbias naves del tirano de Grecia, y salvar, por ministerio del joven de Austria, la Europa occidental del segundo y postrer amago del islamismo; el romper las huestes luteranas en las marisma bátavas con la espada en la boca y el agua a la cintura y el entregar a la Iglesia romana cien pueblos por cada uno que le arrebataba la herejía[24]».
Pero esa España, a la que califica de evangelizadora, martillo de herejes, luz de Trento y espada de Roma, corre, desde hace dos siglos hacia la perdición por causa de quienes, obviamente los ilustrados y los liberales, han vaciado, desconcertado y pervertido el ser nacional[25]. Quedan de esta forma delimitados dos campos: a un lado los católicos, únicos a los que cabe considerar auténticos españoles; del otro, elementos alóctonos, los judíos y los musulmanes e incluso los visigodos arrianos, vistos como invasores, y junto a ellos, los traidores, aquellos que habiendo nacido españoles han abandonado la fe católica seducidos por doctrinas extranjeras. Toma cuerpo la idea no ya de las dos Españas, sino la de una España y una anti-España inconciliables.
En la estela de Menéndez Pelayo, Ramiro de Maeztu desarrolla una visión ideológica del pasado destinada a tener un profundo y largo influjo sobre la sociedad española, ya que durante la dictadura franquista informará tanto los planes de estudio como los medios de comunicación. Es una concepción según la cual los males de la patria «se reducen a uno solo: la pérdida de nuestra idea nacional»[26]; una idea que se cifra en la fe católica y en su difusión por el mundo. España habría tenido su momento inaugural, «habría empezado a ser»[27], en el año 586 con la conversión de Recaredo. Con ella se establece no solo la unidad católica, sino también la fusión entre hispanorromanos y visigodos. Cabe colegir que el período anterior habría que entenderlo como una larga propedéutica en la que el pueblo comienza a adquirir el temple que lo hará acreedor a la misión que le reserva la Providencia. De esta forma, Viriato, Séneca y los emperadores Trajano, Adriano o Teodosio, entre otros héroes caros al nacionalismo, vendrán a ser algo así como protoespañoles. El mito fundacional queda oscurecido, sin embargo, por el gran mito palingenésico: la Reconquista. Es en ella en la que se forjarán los rasgos definitorios del carácter español «en lucha multisecular contra los moros y contra los judíos»[28]. La época medieval se convierte, tras el desastre inicial de la conquista musulmana, en una gran epopeya de afirmación frente a los extranjeros orientales que, con ayuda judía, quieren imponer una religión ajena al ser de la nación. Triunfa finalmente, la voluntad de permanecer en el seno de esa Europa Católica, que en el pasado idealizado soñado por De Maistre y Donoso Cortés y retomado por Maeztu, se supone fundamentada sobre el equilibrio entre libertad y autoridad, poder espiritual y temporal, campo y ciudades, reinos e imperio[29]; en una armonía de principios que solo más adelante se quebraría por la irrupción de la Reforma protestante.
Es la España vencedora del islam la que al fin se halla en condiciones de cumplir el destino marcado para ella por la Providencia: la difusión del Evangelio en las tierras de ultramar. De esta manera la idea de España se ampliará sin diluirse para dar lugar a la de Hispanidad, entendida como una comunidad espiritual «de todos los pueblos que deben la civilización o el ser a los pueblos hispanos de la península»[30]. Frente al imperialismo anglosajón, calificado de racista y rapaz, se reivindicará la expansión española como integradora y ecuménica. Pero tras las proclamas patrióticas y la reivindicación retórica de un mestizaje enriquecedor, late la convicción de la superioridad de la Europa católica, sobre los salvajes. A ellos se refiere Maeztu con términos que recuerdan los de De Maistre. La actividad de los misioneros habría mostrado:
«… que numerosos tribus son antropófagas, que no conocen ninguna clase de vida honesta, que son mentirosas y ladronas, y que necesitan ser civilizadas para conducirse de un modo que podamos calificar de humano, aunque estén, de otra parte, familiarizadas con todos los vicios sexuales y con el uso de narcóticos[31]».
La firmeza al señalar el racismo ajeno se acompaña de una absoluta ceguera para percibir el propio: «En América ha de descontarse la tentación que en las razas de color es tradición milenaria, apenas interrumpida por el período de evangelización, de dejarse vivir a la buena de Dios, en la inmensidad abrumadora de la tierra»[32]. Lo mismo cabe decir de la afirmación de que «un judío sigue siendo judío cuando abjura de su fe»[33]. Una convicción que le lleva a alabar la inteligencia de Isabel la Católica al establecer la Inquisición, un tribunal constituido «por los hombres de más saber y de moralidad más depurada que había en Castilla»[34].
Pero las fuerzas que se oponen a la labor
evangelizadora de la España católica son inmensas. Contra ella se levantan no
solo los musulmanes, que, con el Imperio otomano, de nuevo amenazan a
Occidente, sino también la herejía protestante, que se extiende por Alemania,
las Provincias Unidas e Inglaterra, y con ellas Francia que, aunque
mayoritariamente católica, no duda en aliarse con los enemigos de la fe y se
convertirá en foco de irradiación de las ideas ilustradas. Precisamente de ella
provendrá el mayor peligro, cuando con el cambio de dinastía comience el
reinado de la casa de Borbón, cuyos monarcas abrirán España a las nuevas y
disgregadoras corrientes de pensamiento ante las que se mostrarán receptivas
las élites políticas. Se iniciará así un largo conflicto en que los buenos españoles
fieles a la esencia de la patria se enfrentarán, a menudo con las armas, a los
traidores que haciendo bandera de la tolerancia, el parlamentarismo, la
democracia y el socialismo no buscan sino corromperla para apartarla de la
misión histórica que le ha encomendado la Providencia. La guerra de la
Independencia adquiere, al igual que la Reconquista, el rango de mito
palingenésico, en el que el pueblo llano, encarnado en alcaldes de monterilla
como el de Móstoles (en realidad fueron dos, Andrés Torrejón y Simón Hernández)
y curas trabucaires como Merino (otros guerrilleros como Mina o el Empecinado, resultaban
un tanto incómodos dada su ideología liberal), se alza en defensa de la patria
y de la religión frente al invasor extranjero y los intelectuales y altos
funcionarios colaboracionistas. Es solo
el comienzo de una lucha secular que culminará en la guerra civil de 1936-1939,
entendida por los vencedores como una cruzada de la España católica y patriota contra
la anti-España atea y extranjerizante. Ramiro de Maeztu, asesinado en Madrid en
octubre de 1936, no alcanzará a ver el triunfo de la España católica y
tradicional. Como Moisés, quedará a las puertas de la tierra prometida.
[1]
Benedicto XIV (1751) Encíclica Providas.
[2] Gregorio
XVI (1832), Encíclica Mirari vos, 5.
[3] Gregorio
XVI (1832), 13.
[4] Pío IX
(1864), Encíclica Quanta cura, 5.
[5] Pío IX
(1864), 4.
[6] Pío VII
(1821), Ecclesiam a Iesu Christo.
[7] Gregorio
XVI (1832), 5.
[8] León
XIII (1884), Humanum genus. 1.
[9] León
XIII (1884), 8.
[10] León
XIII (1884), 10.
[11] León
XIII (1884), 10.
[12] León
XIII (1884), 10.
[13] Osés
Gorraiz, Jesús M.ª, (2011), «De Maistre y Donoso Cortés: hermeneutas de lo
inefable» Revista de Estudios Políticos (nueva época), Núm. 152, Madrid,
abril-junio (2011), p. 79.
[14] «El
Catolicismo no es pues solamente, como Mr. Guizot supone, uno de los varios
elementos que entraron en la composición de aquella civilización admirable: es
más que eso, aún mucho más que eso: es esa civilización misma». Donoso Cortés,
Juan (2003), Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo,
Salamanca, Almar, p. 151.
[15] Donoso
Cortés, Juan (2003), p. 165.
[16]
Cantero, Estanislao (2016), «Sobre la influencia de Maistre y de Bonald en la
política positiva de Auguste Comte», Verbo, núm 541-542, (p. 7-61), p.
7.
[17]
Maistre, Joseph de (1998), Las veladas de San Petersburgo, Madrid,
Espasa Calpe, p. 73. Primera edición en francés 1821.
[18]
Maistre, Joseph de (1998), p. 77. De Maistre habla del cristianismo, pero el
resto de su exposición deja claro que para él el protestantismo no merece el
nombre de cristiano.
[19] Donoso
Cortés, Juan (2003), p. 270.
[20] Poulat,
Émile (1987), Liberté, laïcité: La guerre des deux Frances et le principe de
la modernité, París, Cujás.
[21] Al
fallecimiento sin hijos del conde de Chambord en 1883, los derechos dinásticos
pasaron al orleanista conde de París, lo que fue aceptado por gran parte de los
legitimistas, aunque hubo un grupo que, al negar la validez de la renuncia por
Felipe V a sus derechos a la corona francesa en 1712, consideró como heredero
legítimo al pretendiente carlista a la corona de España, Juan de Borbón y
Braganza.
[22] Cit. en
Giocanti, Stéphane (2010), Charles Maurras. El caos y el orden,
Barcelona, Acantilado, p. 220.
[23]
Giocanti, Stéphane (2010), p. 427.
[24] Menéndez
Pelayo, Marcelino (1956), Historia de los heterodoxos españoles II,
Madrid, B.A.C. Primera edición 1882, p. 1194.
[25]
Menéndez Pelayo, Marcelino (1956), p. 1194.
[26] Maeztu,
Ramiro de (2005), Defensa de la Hispanidad, Madrid, Bibliotheca Homo Legens,
p. 115. (Primera edición 1934).
[27] Maeztu,
Ramiro de (2005), p. 173.
[28] Maeztu,
Ramiro de (2005), p. 153.
[29] Maeztu,
Ramiro de (2005), p. 136.
[30] Maeztu,
Ramiro de (2005), p. 15.
[31] Maeztu,
Ramiro de (2005), p. 94.
[32] Maeztu,
Ramiro de (2005), p. 158.
[33] Maeztu,
Ramiro de (2005), p. 155.
[34] Maeztu,
Ramiro de (2005), p. 145.
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