Antisemitismo en Mario Vargas Llosa: El celta soñador y el judío desalmado

El 5 de febrero de 2011 publiqué en este blog un artículo sobre la, en aquel momento, última obra de Mario Vargas Llosa, El sueño del celta, una biografía novelada de Roger Casement, el diplomático irlandés que, al servicio de Gran Bretaña, investigó los crímenes cometidos contra los aborígenes del Congo y de la Amazonia peruana. El personaje es, qué duda cabe, sugerente, un defensor de los pueblos indígenas obligado a vivir bajo un doble ocultamiento: de un lado el de su condición homosexual, de otro el de un compromiso independentista que lo conduciría a la muerte. La ejecución en la horca, tras el fracaso de la insurrección de Pascua en 1916, no fue su único castigo. En las semanas previas su nombre fue difamado mediante la divulgación de un supuesto diario íntimo cuyo contenido sexual no podía más que escandalizar no solo a la sociedad británica, sino especialmente a la opinión irlandesa nacionalista fuertemente ligada a la iglesia Católica. Se pretendía así privarlo de un puesto en el martirologio republicano al que acababan de ascender Patrick y Willie Pearse, James Connolly y tantos otros combatientes.
En 2019 volví a ocuparme de Casement con motivo de la preparación de una conferencia sobre la actuación de los caucheros en la Amazonia. Leí entonces no solo los informes que envió al Foreign Office y que quedaron recogidos en el Libro Azul, sino también el diario que llevó durante su viaje por las secciones caucheras del Putumayo. Supe entonces que en mi artículo de 2011 había incurrido en un error de bulto, al tomar por un ente de ficción a un personaje que ahora, a la luz de mis nuevos conocimientos, se me mostraba inequívocamente como real. Me refiero a Víctor Israel, uno de los pasajeros del vapor en el que Casement remonta el Amazonas camino de Iquitos. Pensé que se trataba de una figura inventada por Vargas Llosa para marcar el contraste entre dos maneras de entender el progreso: la del judío que identifica este con la explotación económica de la selva y ve en los indígenas a unos salvajes a quienes es preciso inculcar el valor del trabajo, y la del irlandés para quien la civilización −es decir, la occidentalización− no puede ser fruto del terror, sino de la construcción de escuelas e iglesias. El hecho de que el único personaje identificado como judío en la novela representara unos valores claramente negativos, me llevaba a concluir que el escritor se había dejado llevar de prejuicios antisemitas. La conversación reflejada por Vargas Llosa reproduce, sin embargo, una que aparece recogida en el diario de Casement. Tampoco es la única referencia que en él se encuentra a Víctor Israel, de quien semanas después se dice que ha sido acusado de estafa por un asunto relacionado con una explotación cauchera. En alguna medida esto parecía absolver al novelista, quien se habría limitado a recoger un episodio real de la vida de su personaje. Subsistía el hecho de que tanto Vargas Llosa como Casement insistían en referirse a Víctor Israel como judío, en tanto que no creían necesario recalcar que Arana y los jefes de estación culpables de violaciones, mutilaciones y asesinatos eran cristianos. Puede entenderse que esto se da por supuesto y, por tanto, no hace falta mencionarlo. No me parece, claro está, una explicación satisfactoria, pues en el lector queda la impresión de que Víctor Israel, como el Shylock de Shakespeare o el Barabas de Marlowe, constituye un arquetipo en el que queda representado todo su pueblo. Por el contrario, el cauchero no aparece como representativo del cristiano que, en todo caso, se identificaría por tres figuras netamente positivas: el superior de los agustinos de Iquitos (en la novela aparece por motivos que ignoro con el nombre de Ricardo Urrutia cuando en la realidad el puesto lo ocupaba el padre Paulino Díaz) y por dos misioneros de la misma orden establecidos en Pebas, cuya identidad el diario no revela (Vargas Llosa no recoge el episodio), pero que habían de ser los padres Pedro Prat y Plácido Mallo.
En mi opinión, la manera en que Casement presenta a Víctor Israel, más allá de lo repulsivo que según los indicios era el personaje, trasluce una clara prevención contra el pueblo judío. Como ya señalé en la conferencia, su innegable compromiso con los indígenas y su capacidad de empatía hacia los oprimidos y humillados, no excluye concepciones racistas, que le llevan a mirar a Alemania como la posible salvadora de los pueblos amazónicos. El 6 de diciembre de 1910 lamenta en su diario que aquellos territorios hayan sido colonizados por españoles y portugueses, en lugar de por una “raza noble”[1]. Naturalmente, esto no dice nada acerca de un supuesto antisemitismo, pero sí muestra la tendencia a atribuir identidades colectivas basadas en estereotipos.
Pero aún nos falta un personaje en este drama. Una de las primeras voces que se alzaron en defensa de los indígenas frente a las atrocidades cometidas por los caucheros, fue la del periodista Benjamín Saldaña Roca, a quien Angus Mitchell, editor del diario, califica en una nota a pie de página de: “judío peruano y socialista comprometido”[2]. En los periódicos La Felpa y La Sanción dio cuenta de los crímenes del Putumayo e incluso presentó en el juzgado una denuncia contra Arana y varios de sus hombres. Finalmente, a principios de 1908, víctima de amenazas y agresiones, hubo de abandonar Iquitos y refugiarse en Lima, donde murió en la miseria cuatro años después. ¿Por qué Casement, que con tanta insistencia alude al judaísmo de Víctor Israel, no menciona el de Benjamín Saldaña? Cabe quizá suponer, aunque parece que eso significa extender el beneficio de la duda más allá de lo razonable, que lo ignoraba. No creo, sin embargo, que esa remota posibilidad sea extensible a Vargas Llosa, quien se refiere a él como “cholo”[3].
En un artículo publicado el 19 de diciembre de 2010, Róger Rumrrill relata que en un encuentro mantenido tiempo atrás en Lima cuando Vargas Llosa preparaba la novela sobre Casement, aquel le había manifestado que aparte de su origen judío y su denuncia contra los caucheros, eran muy pocos los datos sobre Benjamín Saldaña[4]. Si en Casement aún podía argüirse una improbable ignorancia, ahora no cabe duda de que la omisión es deliberada. Simplemente el escritor estima que algo que en el caso de Víctor Israel le parecía relevante, carece de importancia cuando se trata de Benjamín Saldaña. En otras palabras: al retratar a alguien mezquino resulta adecuado señalar que es judío; en cambio, es preferible silenciar esa condición si el personaje tiene un comportamiento altruista. De esta manera se perpetúan estereotipos fundamentados en antiguos prejuicios antisemitas. Cuando esto lo hace además alguien a quien su acreditada maestría literaria otorga una notoria resonancia internacional, el daño alcanza una magnitud difícilmente mensurable.




[1] Casement, Roger (2011), Diario de la Amazonía, Edición de Angus Mitchell, A Coruña, Ediciones del Viento, p. 354.
[2] Ibidem, p. 133.
[3] En la novela de Vargas Llosa, el cónsul británico en Iquitos le relata a Casement que Saldaña desapareció en febrero de 1909, sin atreverse a asegurar si se refugió en Lima o fue asesinado. Vargas Llosa, Mario (2010) El sueño del celta, Madrid, Alfaguara, p. 153.
[4] Rumrrill, Róger, (19 de diciembre de 2010) “Mario Vargas Llosa, el sueño del celta y el paraíso del diablo”. Línea, Suplemento del Diario La Primera.

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