Nacionalismo irlandés y una gota de antisemitismo. El sueño del celta.

La última novela de Mario Vargas Llosa, El sueño del celta, recrea la vida de un personaje singular: Roger Casement, ahorcado en Londres una mañana de agosto de 1916, por traición. Se trata de una narración amena y muy bien documentada, estructurada en dos planos: de un lado, los días anteriores a al ejecución, y de otro, la peripecia vital del protagonista, desde la infancia, pasando por sus años en África y Sudamérica, para desembocar en su vinculación con el movimiento nacionalista republicano.

Casement tuvo un destino excepcional. De madre católica y padre protestante, llegó a ser un alto funcionario del Foreign Oficce, entregado a la defensa de los derechos de los indígenas, primero en el Estado Libre del Congo, posesión personal del rey de los belgas, Leopoldo II, y luego en la Amazonia peruana. Como cónsul en el Congo, el gobierno británico le encargó que investigara lo que pudiera haber de cierto en los rumores sobre atrocidades cometidas por las autoridades coloniales. Su informe fue demoledor: lo que Leopoldo II presentaba como una obra filantrópica, escondía un sistema de terror que, mediante secuestros, amputaciones, torturas y represalias masivas, obligaba a los indígenas a suministrar caucho y marfil. Por esta labor fue distinguido en 1905 con la orden de San Miguel y San Jorge, y más tarde, nombrado caballero. Adquirió tal prestigio que, cuando en 1906, comenzaron a llegar noticias de los abusos cometidos por la Peruvian Amazon Company, en el Putumayo, el gobierno lo envió a la zona. El panorama que encontró fue muy similar, aunque quizá incluso peor, que el del Congo, y, de nuevo, desafiando toda suerte de amenazas y presiones, se entregó a la defensa de los indígenas.

Todas estas acciones, que no hacen sino honrarle, son noveladas con acierto por Vargas Llosa. Hay, sin embargo un detalle que, aunque nimio en la estructura narrativa, no puede pasarnos desparecibido. Se trata de una discusión a bordo del barco que los conduce a la región del Putumayo, entre Casament y un personaje ficticio denominado Víctor Israel (quizá el autor no haya advertido que ese es el nombre que tras las leyes de Nüremberg se vio obligado a llevar Victor Klemperer), quien, por si cupiera alguna duda, es descrito como judío. Sostiene este que los caucheros realizan una misión civilizadora en aquellas tierras inhóspitas, pobladas por salvajes, desconocedores del valor del trabajo. Eso hace necesario emplear métodos que, a ojos bienintencionados, pero inexpertos, pueden parecer duros, pero que, dadas las circunstancias, resultan totalmente necesarios. Casement replica que la civilización llegará con la construcción de escuelas y de iglesias, pero en ningún caso, mediante el terror. Víctor Israel y Roger Casement personifican en este episodio dos concepciones del progreso. Una, atenta solo al enriquecimiento material, y otra, a las condiciones de vida de los seres humanos. ¿Por qué el autor encarna la primera en un judío? Quizá porque el antisemitismo es el único resabio que conserva de una juventud izquierdista. No quiero decir, claro está, que un judío de principios del siglo XX, al igual que muchos cristianos, no pudiera sostener las ideas expresadas por Víctor Israel. Me llama, sin embargo, la atención que haya sido él, el único judío que aparece en la novela, el elegido para manifestarlas.

Se trata, como ya señalé, de algo marginal que quizá pase desapercibido a gran parte de los lectores o que, en todo caso, no hará sino ratificarles en los prejuicios contra el judaísmo. Dicho más crudamente: muchos pensarán, “claro, qué va a decir un judío ante una oportunidad de ganar dinero.”

Es en estos tiempos cuando Casement vuelve su atención hacia la situación de Irlanda. De alguna manera, comienza a parecerle que la suerte de los irlandeses es similar a la de los congoleños o la de los indios amazónicos. Finalmente, en 1912 solicita la baja en el Servicio Exterior, alegando su delicado estado de salud, algo que, por otro lado, era rigurosamente cierto. A partir de entonces se entrega con energía a la causa del nacionalismo en sus filas más radicales. No esclarece Vargas Llosa las razones que pudieron empujar a Sir Roger Casement, cuya sola existencia bastaría para desmentir la idea de que Irlanda era una colonia, a tomar esta decisión. No censuro con esto al autor, pues, aunque la obra tenga la forma de una novela, está anclada sólidamente en una vida real, lo que impide, en aras del rigor, explicaciones sencillas, que quizá nunca pasaron por la mente del protagonista.

Abandonaré ahora, sin alejarme demasiado, la novela para aproximarme a la situación irlandesa. En esas fechas, ya hacía tiempo que se había promulgado el Acta de Emancipación de los Católicos, e Irlanda parecía encaminarse, bajo la dirección del moderado John Redmond y del Partido Parlamentario, hacia una amplia autonomía, tal como establecía el Home Rule, finalmente aprobado en 1912 con la oposición de los seis condados de mayoría protestante; aunque el cercano estallido de la Guerra Europea pospuso su entrada en vigor.

Casement no se alinea con los autonomistas mayoritarios de Redmond, sino con el reducido grupo republicano que exige la independencia total. Con el fin de recaudar fondos para la causa, viaja en 1914 a Los Estados Unidos y, desde allí, decide trasladarse a Berlín, con el propósito de obtener la colaboración alemana para el levantamiento independentista. En su opinión, este debía producirse en el momento en que una ofensiva alemana en el continente distrajera a las fuerzas británicas. No concordaba esta idea con la de los restantes dirigentes republicanos, cada vez más absorbidos por el misticismo patriótico de Patrick Pearse. Este, que consiguió arrastrar tras sí a Plunkett e incluso al socialista Connolly, no aspiraba, como recuerda Conor Cruise O'Brien, a iniciar una insurrección con posibilidades de triunfo, sino a convertirse en mártir. Se trataba de despertar a los irlandeses del hechizo del autonomismo, y para eso era necesario forzar a los ingleses a derramar sangre. Casement, en cuyo realismo no confiaban los comandantes republicanos, no fue informado del momento elegido para la insurrección hasta muy poco tiempo antes de producirse. Una vez al tanto, consiguió que el gobierno alemán fletara un barco con armamento que, con bandera de un país neutral, debería fondear en un puerto irlandés, pero la maniobra fue descubierta por los servicios secretos británicos. Él mismo, parece que con la intención de convencer a los jefes republicanos de la necesidad de aplazar el movimiento, llegó a Irlanda en un submarino alemán, pero casi de inmediato fue descubierto y detenido.

La sublevación estalló el Lunes de Pascua, fecha fijada por su fuerza simbólica: tras el Domingo de Resurrección, los católicos irlandeses sufrirían martirio a manos de los protestantes ingleses. Tropas de los Irish Volunteers y del Irish Citizen Army se adueñaron de distintos puntos de Dublín y Pearse proclamó la República ante el edificio de Correos. Es preciso señalar que el movimiento no fue bien acogido por la mayoría de los irlandeses, muchos de los cuales tenían hijos combatiendo en el continente junto a los ingleses (el Partido Parlamentario de John Redmond apoyaba la guerra). Como no podía por menos que ocurrir, el gobierno británico reaccionó con dureza ante esta insurrección en la retaguardia. Entre el 3 y el 12 de mayo, quince dirigentes republicanos fueron fusilados, entre ellos Pearse, Plunkett y Connolly. Pero el fracaso era solo aparente. En realidad, Pearse consiguió su objetivo de abrir un abismo de sangre entre Irlanda y Gran Bretaña. La opinión católica, ante la represión, abandonó el partido de Redmond y se entregó a los republicanos. El Home Rule había muerto. También lo hizo Roger Casement en la prisión londinense de Pentonville. Previamente, con el fin de desacreditarlo ante los católicos, se habían difundido unos diarios, quizá manipulados, en los que se reflejaba su homosexualidad.


(Contra lo afirmado arriba, Víctor Israel fue una persona real como he sabido después. Puede corregirse la información de este artículo con mi entrada del 23 de marzo de 2020: Antisemitismo en Mario Vargas Llosa: El celta soñador y el judío desalmado)

VARGAS LLOSA, Mario. El sueño del celta. Madrid, Santillana, 2010
O'BRIEN, Conor Cruise. Voces ancestrales. Madrid, Espasa, 1999

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