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Mostrando entradas de marzo, 2009

Añoranza del padre

He vuelto, tras varios meses, a la casa en que pasé la adolescencia y una parte de la juventud, el viejo hogar familiar. No el primero, el de la niñez, aquel grande y destartalado de la calle de los Mancebos, desde cuyo balcón disfruté en tantas ocasiones de la espléndida visión de San Andrés −la única iglesia hermosa de Madrid, según leí en un artículo de Corpus Barga−, sino el más pequeño, de Santa Úrsula, La terraza daba a una placita y como el edificio situado al otro lado tenía solo dos plantas, se contemplaba desde ella una vista magnífica, en la que destacaban las cúpulas de San Andrés y de San Francisco el Grande. Hace algunos años derribaron aquella casita y levantaron otra más alta en su solar, con lo que ya solo puede verse, tras una ruidosa plaza atestada de coches, un vulgar bloque de viviendas. En la salita, donde tanto tiempo pasó mi padre tecleando en su vieja Olivetti, artículos sobre los lejanos países que había visitado o sobre los restaurantes en que había comido, q