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Mostrando entradas de diciembre, 2007

Atenas, Delfos

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Como innumerables turistas he visitado Grecia este verano, pero yo, a diferencia de ellos o al menos esa ilusión me hago, he preparado el viaje concienzudamente. He releído una vez más los libros que me han acompañado desde los inicios de la adolescencia: las tragedias de Esquilo y de Sófocles (Eurípides, sin que sea capaz de precisar el motivo, nunca ha despertado mi curiosidad); también algunos fragmentos de Herodoto, en especial los que narran las batallas de Maratón, de las Termópilas, de Salamina y de Platea; algo de Tucídides, la magnífica oración fúnebre en que Pericles canta a la isonomía, a la igualdad de todos ante la ley, pero no he olvidado el inquietante diálogo de los melios, cuando los poderosos atenienses proclaman su derecho a oprimir a los débiles, a quienes no queda sino elegir entre el sometimiento y la muerte; en fin, de nuevo me he encontrado con Jenofonte, con Platón, con Polibio y con Plutarco. Los sangrientos mitos de los Labdácidas y de los Átridas han revivid

Vida y destino

Entre los regalos que he recibido esta Navidad figura la novela de Vasili Grossman, Vida y destino . En ella, la batalla de Stalingrado constituye el eje sobre el que se articula un magnífico despliegue de personajes, que luchan, aman, mueren o sobreviven, enfrentándose y adaptándose a la cotidiana presencia del horror; no solo del ligado de modo inevitable a toda guerra, sino aún más, al del totalitarismo, al de la aniquilación de la conciencia por el miedo y la desconfianza. Las reacciones son múltiples y no siempre excluyentes: heroísmo, abyección, rebeldía... Pero hay una que me ha llamado poderosamente la atención, la de Ikónnikov-Morzh, el prisionero ruso a quien sus compañeros del campo consideran poco menos que un loco extraviado por la mística tolstoiana. Nada mejor que copiar sus palabras cuando descubre que lo que los presos están construyendo para los alemanes son cámaras de gas: "-Sí, eso es lo que dice Míjail Sidorovich, pero yo no quiero la absolución de mis pecados