Miserables

De nuevo un asesinato. En esta ocasión la víctima es un inspector de policía que trabajaba en la lucha antiterrorista, un hombre cuya labor consistía en proteger nuestras vidas. Una vez más, lo han matado los que colocaron la bomba, pero no solo ellos. También gentes que lo conocían, que se cruzaban con él y con su familia en las calles, pero que al mirarlo no veían a un ser humano, sino a un enemigo a quien aniquilar. Ellos informaron a los asesinos de cuál era su coche, les dijeron dónde solía aparcarlo. Siempre ocurre así. Nunca falta en Bosnia un vecino que te señala como musulmán el día que entran en el pueblo las milicias serbias; tampoco, el que avisa a la Gestapo de que tus abuelos eran judíos. Son personas sencillas, quizá honrados trabajadores, puede que padres de familia preocupados por sus hijos, pero un repugnante mal afecta a su conciencia. Cuando te miran, son incapaces de reconocerte como su prójimo. No ven en ti más que la manifestación en carne mortal de una idea, y por eso no experimentan ningún remordimiento. Puede que se trate, incluso, de seres sensibles, de esos que no pueden contener el llanto ante la muerte de una mascota, o que se emocionen al leer un poema o al escuchar una bella canción. Tu cuerpo mutilado y ensangrentado, el dolor de tu esposa, de tus hijos, tus padres y amigos, no suscitan en cambio en ellos otro sentimiento que el de la alegría por el daño infligido al enemigo. Quizá aún ayer los saludaste en la escalera. Es posible que en alguna ocasión intercambiaras con ellos palabras intrascendentes, que incluso tuvieras un pequeño gesto de amabilidad, de esos que hacen agradable la convivencia. En los campos nazis, grises funcionarios clasificaban a los prisioneros recién llegados: a un lado los destinados a la muerte inmediata en las cámaras de gas; a otro, los condenados a la subalimentación y a un trabajo extenuante. A ti también te han clasificado. Alguien ha tomado tus datos y los ha trasladado a quienes se arrogan la capacidad de decidir sobre la vida y la muerte.

Pero hay más culpables: todos aquellos que sacan provecho de tu asesinato y que, aunque hagan un mohín de disgusto e incluso musiten unas genéricas palabras de condena, afirmarán acto seguido que tu muerte es la prueba de que existe un conflicto, y de que será necesario dialogar para resolverlo. Como buitres se alimentarán de tus despojos y engordarán con ellos, adquirirán nuevo vigor y plantearán nuevas exigencias. Y junto a ellos, quienes están dispuestos a escucharlos, los ingenuos o malvados, siempre prestos a ceder ante la fuerza y los virtuosos de la equidistancia, esos que desde su olímpica altura contemplan con displicencia las querellas humanas, en la convicción de que las culpas se reparten por igual entre víctimas y verdugos.

Todos ellos te han matado: los asesinos, la sociedad que no les hace frente, los políticos que aumentan su poder e influencia con cada muerte, y también aquellos otros, siempre prontos a chalanear con la vida y la libertad de los ciudadanos.

Dice Zapatero “Mi firmeza y determinación contra ETA son inquebrantables.” ¿Quién puede creerle? Si mañana cambia el viento de las encuestas, volverá el proceso de paz, el diálogo con los terroristas. En tanto, proseguirá su labor de erosionar la autoridad del Estado, continuará restándole competencias, haciéndolo cada vez más exiguo, y colocando al frente de los restos de la administración central a personas sin preparación y sin principios, vacuos remedos de sí mismo.

Comentarios

  1. Conmovedor me gustan las analogías que usas.

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  2. Muy bonito escrito!!!! y tienes razón toda la razón del mundo carmen escriña

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  3. Suscribo lo que dices Paco y además añado ¿ no ha llegado ya el momento de acabar con este sinsentido? ¿Cómo justificar la barbarie? Si nos situamos en el plano racional, con seguridad ,Euskadi es la comunidad autónoma europea con más competencias, más que Irlanda del Norte. ¿Hasta dónde llegar? Y el problema fundamental es ¿ a cuántos representan? ¿ Tienen derecho a deteriorar la convivencia hasta el extremo de forzar el exilio de vascos que hablan euskera? _ doy fe de ello_ .
    Cuando ya no quedan palabras, solo queda rezar un Padrenuestro.
    Carmen Sáez Gutiérrez

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