Dos varas de medir

No pretendo ser original, pues soy consciente de que no hago sino repetir una idea mil veces expresada y quizá tan vieja como nuestra civilización. Esa que San Lucas formuló en los términos: “saca primero la viga que hay en tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna que hay en el ojo de tu hermano” (Lc, 6, 42). Parece algo obvio y, sin embargo, ¡qué frecuentemente lo olvidamos! Quizá haya que buscar la causa en la secularización de nuestra sociedad, en el olvido y hasta desprecio en que han caído las enseñanzas religiosas en este rincón del mundo occidental. Vino primero el intento kantiano de fundamentar una moral autónoma, deducida del puro uso de la razón. No es posible poner en duda la pureza y vigor de las ideas de Kant, como tampoco podemos pensar que en él alentara un espíritu antirreligioso. Abrió, sin embargo, un camino por el que otros se adentrarían hasta extraviarse. Para él, las normas éticas eran forzosamente universales, pero al desacralizarlas cavó, aunque ese no fuera su deseo, una fosa en la que terminarían por desaparecer. Marx dio el paso decisivo. A partir de él la moral no es sino una superestructura, una construcción ideológica al servicio de la explotación, del dominio de unas clases sociales sobre otras, en suma, una justificación de la opresión. En el pensamiento marxista, la humanidad no es algo dado, un presupuesto del que partir, sino algo que solo se alcanzará una vez que la revolución haya terminado con la escisión de los seres humanos, con su alienación. Si la humanidad aún no existe como tal, no es posible una moral universal. Es lícito, pues, todo aquello que puede facilitar el advenimiento del hombre nuevo, el cual solo existirá una vez que se haya liquidado la sociedad de clases. El engaño, el crimen incluso, están justificados si su finalidad es acelerar la revolución. Dado este paso, la aparición del Gulag y de los Lager solo es cuestión de tiempo, pues ya ningún principio ético puede oponérseles.

Quizá hoy ya nadie lea a Marx. En cualquier caso estoy seguro de que no lo hace Carmen Machi, y quizá ni siquiera Rodríguez Zapatero o Pepiño Blanco. A ninguno de ellos lo conozco personalmente, por lo que quizá me precipite al juzgarlos, pero cuando escucho sus intervenciones públicas, tengo la impresión de que sus lecturas son escasas, aunque aún así más abundantes que su reflexión. No cabe calificarlos de marxistas, pues eso exigiría suponerles una formación intelectual que nada en sus palabras nos autoriza a imaginar. Pero de la misma manera en que se ha considerado tradicionalmente católicos a individuos cuyas nociones sobre la Trinidad o sobre la naturaleza de Cristo, a poco que se intentara profundizar, habrían resultado sorprendentes; me atrevo a sugerir que su visión del mundo está, más allá de lo que ellos mismos saben, marcada por la impronta de un marxismo vulgar. Ese que no deriva del conocimiento de la obra de Marx, sino que, por decirlo de alguna manera, flota en el ambiente y, más que con el filósofo alemán, tiene que ver con el plúmbeo y simplificado escolasticismo de Georges Politzer y Marta Harnecker.

¿Qué queda de Marx en los políticos y en los cómicos españoles? Solo la noción de que no hay normas morales absolutas que obliguen a todos los seres humanos. La convicción de que diez mil o veinte mil muertos georgianos o chechenos (incluso aunque estos sean musulmanes), son algo intrascendente, siempre que los maten unos rusos, que, pese a la desaparición de la Unión Soviética, siguen siendo enemigos de los Estados Unidos y de Israel; la indiferencia ante los caídos por la hambruna o por la guerra en Corea del Norte o en Sudán; pero eso sí, la indignación ante un gobierno democrático que no hace otra cosa que defender a sus ciudadanos de la amenaza terrorista. Israel, junto a los Estados Unidos, es el opresor, el obstáculo que impide el advenimiento de la auténtica humanidad. Por eso, los progresistas deben aliarse con todos los que aspiran a su destrucción: Hamás, Hezbolá, Ahmadineyad, Chávez, Morales, Castro… Cuando triunfen las fuerzas que estos encarnan, al fin podremos morir de hambre en un campo de concentración, a menos que tengamos la fortuna de que antes nos ahorquen en un estadio deportivo o, si somos mujeres, nos lapiden por adulterio. Nuestra muerte habrá sido tan solo un daño colateral en la marcha ascendente del progreso.

Comentarios

  1. Estimado don Francisco,
    una vez más hay que felicitarle por su acertado artículo que puntualmente publicaremos en RD.

    Aprovecho para saludarle y decirle que Rebelión Digital ha traducido el imprescindible video de David Horowitz sobre la historia del conflicto de Oriente Medio.
    Es importante su difusión entre la población de habla hispana puesto que está muy perdida en estos asuntos.

    El enlace es http://www.rebeliondigital.es/prensaextranjera/Lo_que_realmente_ocurre_en_Oriente_Medio.htm

    Un abrazo
    Joel

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  2. Gracias por vuestras palabras y por el enlace. En estos momentos en que los medios de comunicación hacen gala de un antisemitismo desbordado, debemos hacer cuanto esté en nuestra mano para restablecer la verdad.

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  3. Hola:

    Me quedo ojeando tu blog, en estas meditaciones ociosas.

    Saludos.

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