La vida sigue igual

Imagine usted que durante años todos los miércoles se reúne con otros tres amigos para jugar unas partidas de tute, hasta que un día, a eso del mediodía, recibe una llamada telefónica:
-Oye, ya sabrás lo de Ignacio…
-Sí. Me he enterado. ¡Qué putada!
-Es verdad. No hay derecho. ¿Conoces a alguien que pueda sustituirlo esta tarde?
-No te preocupes. Eso está solucionado.
-Gracias a Dios. Creí que se nos había jodido la partida.
El diálogo precedente es, sin duda, ficticio y solo una persona malintencionada podría relacionarlo con acontecimientos ocurridos tras el asesinato de Uría. Supongamos que Ignacio hubiera fallecido súbitamente de un infarto. Sus apesadumbrados amigos, sin duda, habrían acudido a su domicilio o al tanatorio para acompañar a la familia en tan difíciles momentos. En cambio, a Ignacio le arrebató la vida ETA. Era un buen hombre, pero, sin darse cuenta, andaba en actividades peligrosas y, claro, eso termina por pagarse, que aquí nos conocemos todos y cada cual sabe lo que hacen los demás. Mira que se lo advertí. No te metas en líos. Tú a lo tuyo, a ganar dinero para mantener a tu familia, que lo primero son los hijos y los nietos. Eso del ferrocarril está bien, pero acabará por traerte complicaciones. Dedica tu tiempo a otra cosa. Hay negocios que no dan problemas, pero en otros se cruza la política y ya sabes… Ignacio no me hizo caso, erre que erre, siguió en lo suyo y ahora ya no puede jugar la partida con nosotros. Lo siento porque le quería. No iré al entierro ni al funeral, y bien que lo lamento, pero estoy casado y tengo hijos, ¿para qué significarme? El pobre Ignacio nada ganará con mi presencia, si ya ni siente ni padece, y en cuanto a la familia, ya les daré el pésame en privado. Yo no puede devolverles al difunto y no quiero atraer miradas sobre mí. De alguna manera, Ignacio, Dios me perdone, se lo había buscado. Si lo habían avisado una y otra vez. No será que no habían destruido maquinaria, que no lo habían escrito en sus papeles. Todos sabíamos que esto acabaría por suceder. La pena es que le ha tocado a Ignacio y casi nos quedamos sin partida.
No es posible meterse en la piel de otra persona y conocer los motivos de sus actos, pero hay algo estremecedor en el hecho de que el día del asesinato, los compañeros de Ignacio Uría se reunieran, como cada miércoles, para jugar su partida de tute. La sociedad vasca o, al menos, una parte muy grande de ella, padece una grave enfermedad moral: el terror se ha instalado en las conciencias y las incapacita para distinguir el bien del mal. Se ha llegado así a un extremo en que el crimen entra en la normalidad, y ya no alcanza a alterar las rutinas cotidianas. Hubo un tiempo, cuando el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, en que las gentes aún fueron capaces de reaccionar y, por unos días, quienes sintieron miedo fueron los matones y mafiosos, pero aquello pasó. Los partidos políticos, incluidos el Socialista y el Popular, frenaron la movilización ciudadana o, por utilizar uno de esos eufemismos a que son tan aficionados, la recondujeron. Los heroicos gudaris, orondos émulos de aquellos que se rindieron en Santoña, y que, siguiendo su ejemplo, decidieron ocultarse, volvieron a gallear orgullosos por pueblos y por barrios, recuperados los aires de chulos y perdonavidas (cuando las perdonan). Luego vino el malhadado proceso de paz, que permitió la reorganización nacionalsocialista. Ahí está la consecuencia de tanta cobardía y de tanto desatino: un reducto totalitario en el corazón de la Europa Occidental; un lugar en el que asesinan a alguien que te creía su amigo y finges que no ha ocurrido nada.

Comentarios

  1. Lo que está sucediendo en vascongadas se puede definir de forma idonea con el título de una obra maestra del western, dirigida e interpretada por Clint Eastwood...."INFIERNO DE COBARDES"; eso es lo que alli viven la mayor parte de los ciudadanos, un círculo infernal de cobardía y temor. Pero todavía quedan valientes que quieren vivir de forma libre y sencilla, enfrentándose a la inmisericorde barbarie que se ha enquistado en esa sociedad, a algunos los matan por ello.....y los cobardes se revuelven en su infierno, abotargados e inconscientes no perciben que, si todos juntos fueran valientes conseguirían apagar las llamas del infierno en el que viven.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Por caminos de progreso

La degradación del bosque amazónico: una amenaza global

El octavo círculo: la orquesta de mujeres de Auschwitz