Prohibido comprar flores

Los diarios de Victor Klemperer muestran la tragedia judía desde una perspectiva distinta a la de Levi, Kertész o Frankl. Una primera diferencia es de orden espacial. Klemperer no conoce los Lager, es, no cabe dudarlo, un judío afortunado: pierde el trabajo, la casa, el coche, pasa hambre, pero vive en la ciudad de Dresde, no en Auschwitz o en Treblinka. Otra, se refiere al tiempo: Klemperer no rememora hechos pasados, sino que día a día deja constancia de lo que ocurre. Contrariamente a los otros autores mencionados, escribe sin conocer el desenlace, sin saber si mañana habrá sido deportado o, simplemente, si continuará con vida. Su visión no es, por tanto, la de un superviviente. Hay en su escritura una angustia no reconstruida retrospectivamente, sino fijada de inmediato, en el mismo momento en que se ha experimentado, y eso nos permite sentir como la llamada "solución final" vino precedida de una inconcebible serie de leyes y decretos encaminados a excluir a los judíos de la condición humana, y que, y eso resulta particularmente horroroso, las victimas caminaron hacia el matadero totalmente solas, envueltas en el mejor de los casos en la indiferencia y en el peor, en la hostilidad. Klemperer, un respetado profesor universitario, se encuentra un día con que se le prohibe examinar a alumnos arios; poco después lo jubilan de manera forzosa; luego le prohiben el acceso a la biblioteca; se ve obligado a abandonar la casa que, a costa de grandes sacrificios ha logrado edificar y que constituye la máxima ilusión de su esposa enferma, para trasladarse a una "vivienda de judíos"; pero ni siquiera le han expropiado, simplemente le han obligado a alquilársela a un ario por una cantidad ridícula, por lo que, como la propiedad sigue siendo suya, le exigen el pago de la hipoteca. Más adelante, un decreto pohibe a los judíos conducir automóviles; llegará un momento en que tampoco se les permita montar en bicicleta, o pasear por los parques públicos; incluso comprar flores les estará vetado.
Las visitas de los amigos arios se espacian, pronto muchos cambiarán de acera cuando le vean aproximarse o fingirán no conocerle cuando se crucen con él. Se volverá invisible para sus antiguos alumnos.
La Gestapo irrumpe en las "viviendas de judíos" a cualquier hora del día: sus agentes los insultan, los golpean, les roban sus míseras pertenencias o las destruyen. Un jarrón o un simple vaso con unas pocas flores es la prueba de un delito. Su poseedor puede ser detenido, torturado y deportado a un campo de esos cuyo nombre comienza a hacerse familiar a los oídos judíos y de los que solo se sabe que nadie ha regresado.
No es aún la "solución final". A Klemperer le salvará de ella el bombardeo aliado de Dresde. La destrucción de la ciudad le dará la oportunidad de escapar.
La lectura deja una amarga certeza. El nazismo no fue la locura de unos pocos. Se hace muy difícil no coincidir con Jean Améry:
"El grupo de los muchos no se nutría de hombres de las SS, sino de obreros, archiveros, técnicos, mecanógrafas -y sólo una minoría entre ellos llevaba la insignia del partido. Tomados en su conjunto, eran para mí el pueblo alemán. Sabían muy bien lo que pasaba en torno a nosotros y lo que nos hacían, pues al igual que nosotros sentían el olor a chamusquina procedente del campo de exterminio cercano, y algunos exhibían ropas que la víspera aún habían llevado antes de ser despojadas, las víctimas recién llegadas sobre la rampa de selección. Cierto día, un trabajador honesto, el maestro montador Pfeiffer, me mostró orgulloso un abrigo de invierno, un "abrigo judío", según sus palabras, que se lo había agenciado gracias a su astucia. Estimaban que todo estaba en orden y no me cabe la menor duda de que habrían votado por Hitler y sus cómplices si, a la sazón, en 1943, se hubieran convocado elecciones. Obreros, pequeños burgueses, académicos, bávaros, habitantes del Saar, sajones: se volvían indiscernibles. La víctima se veía empujada, lo deseara o no, a creer que Hitler encarnaba realmente al pueblo alemán." (Más allá de la culpa y de la expiación. 2004. 156).
Francisco Javier Bernad Morales

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