Vida y destino

Entre los regalos que he recibido esta Navidad figura la novela de Vasili Grossman, Vida y destino. En ella, la batalla de Stalingrado constituye el eje sobre el que se articula un magnífico despliegue de personajes, que luchan, aman, mueren o sobreviven, enfrentándose y adaptándose a la cotidiana presencia del horror; no solo del ligado de modo inevitable a toda guerra, sino aún más, al del totalitarismo, al de la aniquilación de la conciencia por el miedo y la desconfianza. Las reacciones son múltiples y no siempre excluyentes: heroísmo, abyección, rebeldía... Pero hay una que me ha llamado poderosamente la atención, la de Ikónnikov-Morzh, el prisionero ruso a quien sus compañeros del campo consideran poco menos que un loco extraviado por la mística tolstoiana. Nada mejor que copiar sus palabras cuando descubre que lo que los presos están construyendo para los alemanes son cámaras de gas:
"-Sí, eso es lo que dice Míjail Sidorovich, pero yo no quiero la absolución de mis pecados. No diga que son culpables los que te obligan, que tú eres un esclavo, y que no eres culpable porque no eres libre. ¡Yo soy libre! Soy yo el que está construyendo un Vernichtungslager, yo el que responde ante la gente que morirá en las cámaras de gas. Yo puedo decir: ¡No! ¿Qué poder puede prohibírmelo si encuentro dentro de mí la fuerza para no tener miedo a la muerte?"
Frente al viejo comunista Mijaíl Sídorovich, ocupado en organizar dentro del campo una red de resistencia, pero que no se siente concernido por el trabajo forzado que realiza, Ikónnikov alza el grito de una libertad íntima, ante la que el totalitarismo es enteramente impotente. Entre la vida y la libertad, elige esta última y con ella la dignidad. Se niega a fingir que no es responsable ante las víctimas.

Francisco Javier Bernad Morales

Comentarios

  1. Me lo regalaron hace pocos días, Paco (después de haber insistido lo mío, la verdad). Espera paciente su lectura. Entre clases y libros de historia y novelas que tengo que reseñar (ahora en El Viejo Topo), no me quedará más remedio que esperar hasta Semana Santa o por ahí. Lo cierto es que semanas antes de tenerlo, cuando fui incubando despacio el deseo persistente de que Laura me lo regalara, me acordaba de ti y del libro de Primo Levi. La verdad es que algo raro pasa cuando otro de Viktor Frankl espera al lado de este ordenador, El hombre en busca de destino, y aún no me atrevo a leerlo, más que por falta de tiempo por carencia de ciertas vitaminas del ánimo.
    Abrazo fuerte, y sigue adelante con el blog, que está estupendamente escrito, como me imaginaba

    raúl

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  2. Un libro maravilloso; Ikónnikov es el personaje que más me fascinó. Magnífica la reflexión que hace sobre el bien y la bondad. Me alegra que haya más gente que lea estos libros y sepa apreciar su valor, aunque seamos más bien pocos.

    ¡Saludos!

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