Biografías apócrifas: Poliperconte de Estagira

Muy poco es lo que podemos afirmar con seguridad de Poliperconte de Estagira, debido muy posiblemente a la damnatio memoriae a que fue sometido, pues las autoridades, tanto da que civiles o religiosas, no se contentaron con darle muerte, si es que tal hicieron, pues ni siquiera esto es seguro, sino que decidieron que su recuerdo debía borrarse de la memoria humana. Su vida y su doctrina han permanecido durante siglos sumidas en una oscuridad apenas iluminada por algunas vagas referencias contenidas en el Panarion adversus haereses, de san Epifanio de Salamina. Por ellas sabemos que desarrolló las mayor parte de su actividad en tiempos de Filipo el Árabe, el primer emperador cristiano según Eusebio de Cesarea, y que falleció, casi con seguridad ejecutado aunque no podemos descartar que lo asesinara alguno de sus seguidores, bajo Decio en el año 251 de nuestra era. Esto era todo hasta que algunos hallazgos casuales proporcionaron nuevas e interesantes informaciones. Me refiero, en primer lugar, a un papiro adquirido en 1931 por Alfred Chester Beatty y conservado en Dublín. Por alguna razón que se nos escapa, este documento no fue analizado por Allberry ni incluido en la edición de los textos de Medinet Madi realizada por Giversen; motivo por el que ha permanecido ignorado hasta tiempos muy recientes. El Codex Manichaicus Coloniensis, comprado en 1969 por la Universidad de Colonia, contiene asimismo un escrito polémico contra Poliperconte, centrado más en las escandalosas consecuencias prácticas de su doctrina que en el contenido de esta. Por último, en el monasterio sinaítico de Santa Catalina, G. K. Galbraith halló en 1985 un palimpsesto del siglo VI. Se tata de un códice con sermones de san Juan Crisóstomo en el que se advierte claramente que estos han sido escritos sobre un texto anterior. En su momento no fue posible recuperar este, pero, gracias a los modernos desarrollos tecnológicos, A. Böhlig ha conseguido leer algunos fragmentos perdidos del Adversus Christianos de Porfirio, uno de los cuales constituye un despiadado ataque contra quienes, con un vocablo que no deja de ser equívoco, denomina hamartianos, a los que podemos identificar como seguidores de Poliperconte.
Me limitaré en el presente artículo a exponer de manera sumaria el estado de nuestros conocimientos en una manera que pueda resultar accesible al lector no especializado. Prescindiré, por tanto, de notas y referencias bibliográficas, que dejo para la edición crítica de los textos mencionados en la que trabajo en la actualidad.
Estagira, ciudad en la que desarrolló Poliperconte la mayor parte de su actividad y en la que posiblemente nació, era en aquel entonces apenas una sombra de la urbe que había alumbrado a Aristóteles. Un ligero desplazamiento hacia el norte de las rutas comerciales propiciado por el trazado de la vía Egnatia, la había relegado a un oscuro lugar en beneficio de Anfípolis, y sus escasos habitantes languidecían entregados a modestas actividades comerciales y artesanales, ajenos a la fama que al lugar le había dado el más ilustre de sus hijos. Cierto es que de vez en cuando recalaban allí filósofos itinerantes ansiosos por aspirar el polvo de esas calles en que había dado los primeros pasos el célebre Estagirita; pero se trataba de gentes austeras, más por necesidad que por imperativos éticos, y con sus magros gastos no alcanzaban a aliviar la precaria economía de unos pocos posaderos.  
La comunidad cristiana de Estagira, aunque modesta, parece firmemente establecida a finales del siglo II cuando se integró en ella Aristarco de Eleusis, discípulo del gnóstico Valentín. Aunque fue expulsado años más tarde, después de que san Teódulo, obispo de Anfípolis, atacara como heréticas sus doctrinas, no podemos descartar que estas continuaran transmitiéndose de forma oculta e influyeran en Poliperconte.
Carecemos de noticias fiables sobre la infancia y juventud de Poliperconte. Algunos han aventurado
que debió viajar a Sinope y Trebisonda, pero los indicios en que se apoyan no son sino frágiles conjeturas. Sí parece seguro que creció en una familia cristiana influida por Aristarco y es probable que mantuviera alguna relación con otros grupos gnósticos, tales como los llamados de Barbelo o los setianos. Con ellos compartió la idea de que la Creación no ha sido obra del Uno, sino de un eón de rango inferior, tal vez un demiurgo si no malvado al menos incompetente. Era esta una opinión ampliamente compartida por diversos círculos filosóficos y, dado el estado del mundo en aquella época o en cualquier otra, no sería razonable que la descartáramos alegremente como descabellada. Podemos además incluirlo entre los docetas, pues sostiene que el cuerpo de Cristo era tan solo aparente, por lo cual ni sufrió ni fue realmente crucificado.
A estos poco originales principios, sumó la idea de que el mal no es un simple defecto o ausencia de bien, sino que posee una realidad ontológica, aunque subordinada. De aquí extrajo la conclusión de que puesto que solo el Uno, al compendiar en sí toda perfección, es infinito, el mal tiene que ser forzosamente limitado. Ahora bien, si esto es cierto, en algún momento debe terminarse. Poliperconte se pregunta angustiado por la manera en que los seres humanos podemos contribuir al triunfo del bien y encuentra una respuesta solo en apariencia paradójica, que resume en un sencillo aforismo que se convertirá en la divisa de su escuela: solo el pecado hace triunfar a la virtud.
En su opinión, al pecar fuertemente y de manera repetida aceleramos el triunfo del bien ya que, como se ha dicho anteriormente, la cantidad de mal presente en el mundo es limitada, por lo que cuanto más rápidamente la gastemos antes se agotará.
Puede que algún lector sospeche que Poliperconte era un hombre de tendencias depravadas que encontró en esta idea la justificación para dar rienda suelta a sus más brutales instintos. No parece, empero, que sea este el caso. Incluso Porfirio y san Epifanio, pese a la severa hostilidad con que lo tratan, reconocen que solo haciendo una extrema violencia a su natural dulce y compasivo alcanzó a perpetrar los horrendos crímenes de que lo acusan. Al decir del primero, lloró amargamente tras arrebatar un pan a un niño, mientras que el segundo cuenta que cuando azotaba a los perros gemía de tal manera que incluso los infelices animales parecían sentir lástima de él. A su modo era un asceta que, en lugar de mortificar el cuerpo para sofocar las pasiones, castigaba el alma entregando el cuerpo a placeres repugnantes.
Al parecer logró reunir a un crecido número de discípulos que entre los años 246 y 251 extendieron el terror por toda la provincia de Macedonia, en especial a lo largo de la vía Egnatia entre Anfípolis y Tesalónica. Según las escasas fuentes de que disponemos, sus crímenes eran tan numerosos como crueles e iban acompañados de una auténtica furia destructiva. No nos hallamos ante las habituales acusaciones de los paganos contra los cristianos o de los protoortodoxos (el germen que daría lugar a la gran Iglesia) contra los gnósticos, sino de algo cualitativamente diferente, que trasluce el horror y el miedo suscitados por el nombre de Poliperconte. Porfirio, que no establece una clara distinción entre protoortodoxos y gnósticos, afirma incluso que aquel había enviado emisarios al rey godo Cniva para incitarle a que atacara el territorio romano. El hecho es que en el 250 una amplia coalición de bárbaros cruzó a la orilla derecha del Danubio y se adentró en las provincias de Mesia Inferior y Superior hasta alcanzar Tracia, donde al año siguiente se apoderaron de Filipópilis, dando muerte a gran parte de sus habitantes y esclavizando al resto. Entre las víctimas probablemente se encontraba el gobernador de Tracia, Tito Julio Prisco, quien había aprovechado el estado de confusión para proclamarse emperador desconociendo la autoridad de Decio. Cualquiera que observe un mapa caerá en la cuenta de que en momento tan crítico solo a través de la vía Egnatia podía enviarse socorro a las provincias amenazadas. El hecho de que su seguridad se viera comprometida por la acción de los hamartianos provocó una campaña de limpieza desarrollada con una extrema dureza. Hay indicios de que Poliperconte fue apresado y crucificado, pero no son concluyentes, pues no faltan otros que apuntan a que pudiera haber sido asesinado por uno de sus lugartenientes. Sea de esto lo que fuere, el asegurar la vía Egnatia no impidió que dos meses más tarde Decio y su hijo Herenio Etrusco resultaran muertos en combate durante la batalla de Abrito. Solo mediante el pago de un oneroso tributo el nuevo emperador, Treboniano Galo, pudo comprar la retirada de los bárbaros.

Hoy, con la perspectiva que dan los siglos transcurridos, es inevitable que consideremos extremadamente ingenuas las ideas de Poliperconte, toda vez que los pecados cometidos desde entonces y las inimaginables matanzas del siglo XX no parecen haber disminuido ni siquiera en una ínfima fracción la cantidad de mal en el mundo. Incluso cabe sospechar que esta puede haber aumentado.

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