El ángel de Budapest
Director:
Luis Oliveros
Guión: Ángel Aranda
Intérpretes: Francis Lorenzo, Anna Allen,
Ana Fernández, Manuel de Blas y Asier Etxeandia.
Creo
obligado comenzar este artículo con una aseveración solo en apariencia
contradictoria: no me ha gustado la película y me alegra que se haya producido
en España. Comenzaré por explicar la segunda parte de mi aserto. Para ello, nos
situaremos en el marco espacial y temporal de la acción. En 1944, ante la proximidad
de las tropas soviéticas, Alemania ocupa Hungría, gobernada por su aliado el
regente Miklós Horthy, quien acepta nombrar un nuevo gobierno más próximo al
nazismo. Desde ese momento se recrudece la política antisemita y Adolf Eichmann
se traslada a Budapest para organizar la deportación a los campos de
exterminio. Cuando meses después, Horthy
intenta firmar un armisticio con los soviéticos a espaldas de Alemania, es
depuesto y reemplazado por el dirigente de los Cruces Flechadas, Ferenz
Szálasi, con quien el nazismo adquiere el completo control del país.
Es en
estos momentos convulsos cuando el joven diplomático Ángel Sanz-Briz, encargado
de Negocios, queda al frente de la legación española, después de que, por
presiones alemanas, el embajador Miguel Muguiro sea llamado a Madrid. Desde su
nueva responsabilidad no solo continúa, sino que incluso intensifica las
labores de protección a los judíos iniciadas por su predecesor. Contará en tan
difícil y arriesgada tarea con la colaboración del italiano Giorgio Perlasca, a
quien, para ponerlo al abrigo de la persecución nazi, proporciona documentación
española, amparándose en que había combatido como voluntario en el bando
franquista durante la guerra Civil. Escudándose en un decreto de la dictadura
de Primo de Rivera, Sanz-Briz consiguió que las autoridades húngaras aceptaran
que doscientos sefardíes quedaran bajo protección española. Luego, simplemente
amplió el número de doscientos individuos a doscientas familias, y finalmente
emitió pasaportes y salvoconductos duplicando números a fin de no superar nunca
los doscientos. De esta manera, unos cinco mil doscientos judíos húngaros, solo
en un ínfimo porcentaje sefardíes, quedaron bajo el amparo español. Para
acogerlos, con ayuda de Perlasca, alquiló diversos inmuebles en Budapest en los
que hizo colocar placas que los señalaban como anexos a la embajada y en los
que ondearon banderas españolas. Incluso utilizó su dinero personal para
sobornar a funcionarios alemanes. Sin embargo, esta labor estuvo a punto de venirse
abajo, cuando en noviembre, ante la inminente caída de Budapest en poder del
ejército soviético, recibió la orden de cerrar la embajada y trasladarse a
Suiza. Fue entonces cuando Perlasca se autoproclamó cónsul de España y,
engañando a húngaros y alemanes, gracias a las dificultades de comunicación con
el exterior en la ciudad sitiada, mantuvo abierta la legación y las casas de
acogida.
La
protección de los judíos húngaros fue un trabajo heroico en el que también
participaron, entre otros, el nuncio,
monseñor Rotta, el embajador sueco, Raoul Wallenberg y el portugúes, Arístides
de Sousa Mendes. Si recordamos que la Misná (Sanhedrín 4, 40) afirma que quien salva a un hombre salva al mundo,
entenderemos que todos ellos hayan obtenido en Israel la consideración de Justo entre las naciones.
Es
motivo de satisfacción que España recuerde a hombres como Ángel Sanz-Briz que,
en medio del horror, antepusieron a la comodidad o a cualquier ventaja personal
el deber de ayudar al prójimo y tuvieron el valor de arriesgarlo todo para
salvar al hermano perseguido.
Decía,
sin embargo, que la película no me ha gustado. Al guión le falta tensión dramática,
algo que resulta aún más patente si la comparamos con la italiana El cónsul Perlasca, dirigida por Alberto
Negrin en 2002. Tampoco resulta afortunada la interpretación de Francis
Lorenzo, que en ningún momento modifica
una expresión facial a medio camino entre la sorpresa y el alelamiento.
No
puedo terminar sin una breve referencia el destino último de aquellos hombres
que osaron desafiar los designios criminales del nazismo. Monseñor Rotta tras
la guerra desempeñó algunos puestos en el Vaticano; Aristides de Sousa Mendes
fue expulsado de la diplomacia por la dictadura de Oliveira Salazar y
sobrevivió gracias al auxilio de la comunidad judía portuguesa; peor aún fue la
suerte de Raoul Wallenberg, detenido por el ejército soviético y, aunque no
existe certeza absoluta al respecto, posiblemente fusilado en la Lubianka, la
sede del NKVD en Moscú; Giorgio Perlasca quedó arruinado tras algunas
desafortunadas iniciativas empresariales; en cuanto a Ángel Sanz-Briz, que
nunca alardeó de su labor, ocupó numerosos cargos en diferentes legaciones
españolas, llegando a ser en 1973 el primer embajador español en China y
terminando sus días en 1980 como representante de nuestro país ante El Vaticano.
Pero
aún falta algo para concluir. Si se me permite añadiré una escueta
referencia personal: en un acto organizado por Casa Sefarad he tenido la
estremecedora oportunidad de escuchar el testimonio de gratitud de Jaime
Vandor, uno de los niños judíos salvados de la muerte por Ángel Sanz-Briz y
Giorgio Perlasca.
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