Los maniqueos

Desde muy pronto, el cristianismo hubo de afirmarse no tanto frente al paganismo, que ya había entrado en una profunda crisis en los medios intelectuales, como ante otras corrientes religiosas que le disputaban en la conciencia de las gentes la esperanza de salvación. Entre ellas merece una atención especial el maniqueísmo, no solo por la cantidad de seguidores que alcanzó a tener, sino, en nuestro caso, por haber seducido durante un tiempo al joven Aurelio Agustín, quien acabaría siendo universalmente conocido como San Agustín.

Una primera consideración se nos ofrece. Una persona de tan notoria inteligencia y cultura, y tan sedienta de verdad, no pudo abrazar una doctrina inconsistente o supersticiosa; por tanto, el maniqueísmo debe ofrecer una respuesta a esos interrogantes últimos que el alma humana siente la necesidad de desentrañar. No es, pues, algo que podamos orillar como perteneciente a un remoto pasado carente de interés, sino que, al contrario, hemos de conocerlo y afrontarlo, no sea que bajo una fe formalmente cristiana estemos adoptando posiciones maniqueas.

Pero antes de exponer la creencia, me parece oportuno decir unas palabras sobre la vida de Mani (su nombre se transcribe frecuentemente como Manes), su profeta[1]. Nació este hacia el año 216 cerca de Ctesifonte, una importante ciudad a orillas del Tigris que pronto se convertiría en capital del imperio Sasánida, el más serio rival de Roma. Sus padres pertenecían a un grupo bautista judeocristiano, cuyo origen quizá se remontara a discípulos de San Juan Bautista[2]. Dos visiones, acaecidas durante su juventud, en la última de las cuales se le apareció su hermano celestial[3] que ya nunca le abandonaría, le empujaron a apartarse de la comunidad, para iniciar una predicación que le llevaría a recorrer Mesopotamia, Persia, Media, Azerbaiyán, y llegar hasta la India. Su palabra fue refrendada por numerosos prodigios, entre los cuales cabe mencionar repetidas curaciones milagrosas. Un éxito que no estuvo exento de dificultades, pues suscitó el recelo tanto de los judíos como el mucho más peligroso de los zoroastrianos, pero la protección del rey Sapor I, le permitió salir airoso de las asechanzas y alcanzar una gran influencia en la corte. La situación cambiaría de manera radical tras el acceso al trono de Bahram I, quien apresaría y daría muerte al profeta. Sus seguidores se referirían este hecho como la crucifixión, a fin de resaltar la semejanza entre la pasión de Mani y la de Jesús. No queda claro si esto sucedió en el año 276 o en el 277.

Según Hans Jonas, Mani fusionó en su doctrina elementos cristianos, zoroastrianos y budistas, a los que cabría sumar, según otros autores, quizá cierta influencia jainista. No obstante, no debemos considerar su religión como una amalgama de elementos diversos. Se trata, al contrario, de un conjunto original y bien articulado. El profeta babilonio se consideraba a sí mismo como la culminación de una revelación de la que en menor medida habían participado los patriarcas, Zoroastro, Buda, Jesús y Pablo. En este sentido, vendría a ser el sello de los profetas, un concepto que, referido a Mahoma, pasó más tarde al islam.

Al contrario que sus predecesores y su continuador, Mani fue plenamente consciente de que debía dejar escritas sus enseñanzas, si quería evitar que estas fueran alteradas por sus seguidores. Se mostró, pues, no solo como un infatigable misionero, sino como un escritor prolífico y también como un compilador del canon de las escrituras sagradas. En este incluyó no solo sus propios libros, sino también parcialmente los evangelios de Mateo y de Lucas, así como las epístolas de Pablo. En la estela de Marción, rechazó el carácter inspirado del Tanaj (Antiguo Testamento).

Como se ha señalado más arriba, Mani no pensaba ser el creador de una doctrina, sino el vehículo a través del cual se había expresado en plenitud la revelación. Este le habría sido comunicada por su gemelo celestial, un ser de naturaleza angélica, que representaría la dimensión de Mani no vinculada al cuerpo.

Ahora bien ¿en qué consistía este culmen de la revelación? La doctrina expuesta por Mani es radicalmente dualista. Ante el problema del mal que, desde el libro de Job, tanto ha desconcertado a los seres humanos, su respuesta es simple. Desde la eternidad han existido dos principios antagónicos: la Luz y la Tiniebla, cada uno de los cuales tiene su ámbito en el universo. Uno y otro se ignoraban, pero en un momento dado entraron en contacto. La Tiniebla atisbó el mundo de la Luz y sus fuerzas maléficas, hasta entonces en continua discordia entre sí, se unieron para atacarlo. El resultado fue que partículas de Luz quedaron atrapadas en medio de la Tiniebla. Por eso en el mundo se dan el bien y el mal mezclados. En este esquema, que no se concibe como mito, sino como relato de algo realmente ocurrido, la tarea de salvación consiste en liberar a la Luz y contribuir, por tanto, a restablecer la radical separación entre ambos principios.

El contraataque de la Luz se presenta en forma de una compleja lucha cosmológica en cuyo desarrollo no voy a entrar a fin de no alargarme en exceso. Me limitaré, pues, a exponer sucintamente cómo los seres humanos pueden contribuir a la separación entre ambos elementos primordiales. Para luchar contra la Tiniebla y lograr la salvación, deben transformarse interiormente, de tal manera que el “hombre viejo”, dominado por los elementos corporales, a los que corresponden los vicios, dé paso al “hombre nuevo”, asentado sobre cinco miembros: intelecto, pensamiento, discernimiento, intención y razonamiento, cuya manifestación externa son las virtudes. Ahora bien, no se trata de una distinción que separe a los seguidores de Mani de quienes profesan otras religiones, pues la adhesión al maniqueísmo es tan solo un primer paso en el camino de la salvación. La diferenciación fundamental se encuentra dentro de las propias comunidades maniqueas: es la que se da entre electi (elegidos o perfectos) y auditores (oyentes).

Los electi han de abstenerse de las relaciones sexuales, de la carne, del vino e incluso de hacer mal a las plantas (Mani en una de sus revelaciones había percibido el dolor de las verduras al ser arrancadas por el hortelano). Su vida exige tales condiciones de pureza y una ética tan rigurosa, que de hecho solo pueden subsistir gracias a la ayuda de los auditores, quienes deben mantenerlos con sus dones. Así, los electi pueden alimentarse con vegetales cultivados y recolectados por auditores, ya que de este modo no dañan personalmente el alma, es decir el elemento de Luz, presente en las plantas. Para los auditores queda la esperanza de reencarnarse, tras la muerte, en electi si cumplen adecuadamente con sus obligaciones.

No debemos, sin embargo, pensar en los electi como en unos aprovechados que vivían a costa de los auditores. Sin duda estos, aunque ocasionalmente pudieran sufrir ciertos abusos, ejercían una constante vigilancia sobre la conducta de los primeros, que debía regirse por unas normas estrictas de virtud, y que además no podían residir en ningún lugar de manera fija, sino que estaban obligados a viajar continuamente predicando. Como muestra el ejemplo de Agustín, los auditores no eran gentes iletradas presa fácil de embaucadores.

Mani, además de profeta, escritor, misionero y canonista, fue un organizador concienzudo, que dotó a su iglesia de una estructura jerarquizada, constituida por doce maestros (a semejanza de los apóstoles), setenta y dos obispos (recordemos los setenta y dos discípulos mencionados en Lc 10) y trescientos sesenta presbíteros. La religión creada por Mani no solo se mantuvo en Asia Central hasta su conquista por los mongoles, sino que algunos de sus rasgos aparecen en movimientos heréticos medievales, especialmente en el de los cátaros o albigenses, quienes alcanzaron singular relevancia en el Languedoc durante el siglo XII, aunque en este caso resulta, pese a las semejanzas doctrinales, difícil establecer relaciones de filiación con el maniqueísmo.

Tras su conversión, Agustín dedicó muchos escritos a combatir las ideas maniqueas. Frente al dualismo de estas, defiende un riguroso monoteísmo, que identifica a Dios con el bien supremo. Este bien es inmutable, pues todo cambio menoscabaría su perfección. Es más, la simple posibilidad de que pudiera perderla indicaría que ya en su naturaleza anidaba potencialmente la corrupción con lo cual no sería perfecta. No hay lugar, pues, para el ataque de la Tiniebla contra la Luz, pues esta no puede ser dañada. Así lo expresa en el tratado De la naturaleza del bien. Contra los maniqueos:

Dios es el supremo e infinito bien, sobre el cual no hay otro: es el bien inmutable y, por tanto, esencialmente eterno e inmortal. Todos los demás bienes tienen en él su origen, pero no son de su misma naturaleza (cap. I).

Es más, el mal no tiene en esta concepción existencia por sí mismo, sino que es simplemente la disminución del bien. La naturaleza participa del bien, pues ha sido creada por Dios; sin embargo, a diferencia del Creador, está sujeta a la corrupción, ya que ha sido hecha de la nada:

Ninguna naturaleza, por tanto, es mala en cuanto naturaleza, sino en cuanto disminuye en ella el bien que tiene (cap. XVII).

Ya años antes, a poco de recibir el bautismo, había expuesto ideas similares en otro escrito: De las costumbres de la iglesia Católica y de los maniqueos. En esta ocasión, su principal argumento descansa en la identificación de Dios con la plenitud del ser (idea que también aparece, por otro lado, en la obra citada más arriba). Su contrario no puede, por tanto, tener existencia. No es la Tiniebla, como sostienen los maniqueos, sino la nada.

Este ser es Dios, el cual no tiene contrario, porque al ser solo se opone el no ser (Libro II, cap. I).

Cabe señalar que la visión de Agustín se halla profundamente teñida de platonismo: Ser, Bien, Verdad, Belleza, Justicia, se identifican o, dicho de otra manera, constituyen distintos aspectos de Dios; en tanto que el mal, como se ha señalado más arriba, no tiene propiamente existencia, sino que es carencia, esto es, corrupción de la naturaleza.

Las criaturas se hallarían, por tanto, en un lugar intermedio entre el ser y la nada, y los seres humanos tendríamos la posibilidad de elegir entre ambos nuestro camino, tal como afirma en De la naturaleza del bien.

Dios concedió a las criaturas más excelentes, es decir, a los espíritus racionales, que, si ellos quieren, puedan permanecer inmunes de la corrupción, o sea, si se conservan en la obediencia al Señor su Dios, permanecerán unidos a su belleza incorruptible; pero si no quieren mantenerse en esa dependencia o sumisión, voluntariamente se sujetan a la corrupción del pecado (cap. VII).



[1] Para la vida de Mani he utlizado las siguientes obras: MARKSCHIES, Christoph, La Gnosis, Barcelona, Herder, 2001, y BERMEJO RUBIO, Fernando, El maniqueísmo, Madrid, Trotta, 2008.

[2] En los artículos sobre los samaritanos ya he señalado la antigüedad e importancia de la presencia judía en Mesopotamia.

[3] Al tratar más adelante de las doctrinas maniqueas intentaré aclarar este concepto de “hermano celestial”.

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