Marcelino Camacho: el mito y la vida

El fallecimiento de Marcelino Camacho y, aún más, la ola elogios a su persona que, con escasas disonancias, como la de Salvador Sostres, ha acompañado la noticia, me ha llevado a rememorar hechos lejanos de mi vida y a meditar sobre esa falsificación del pasado que, con el nombre de memoria histórica, se nos quiere imponer desde el poder.

Tuve la oportunidad de conocerle y tratar con él a diario durante dos meses en el verano de 1975. Con él y con Nicolás Sartorius, Fernando Soto, Eduardo Saborido, Francisco Romero Marín y muchos otros menos conocidos. Sin duda, de todos ellos, Camacho era el que más interés despertaba entre los jóvenes, aunque Eduardo Saborido nos hacía reír con ese sentido del humor que tópicamente identificamos con Andalucía, o Romero Marín nos impresionaba y hasta atemorizaba con su fama de hombre duro, curtido en la Guerra Civil y en el Ejército Soviético. En lo que a mí respecta, me atraía especialmente Nicolás Sartorius, a quien recuerdo meditabundo y abstraído en la lectura, parco en palabras, pero estas siempre pensadas y precisas. Marcelino era distinto. Afable y simpático mostraba una preocupación especial porque no nos faltara de nada. Por iniciativa suya a media mañana se dispuso un tentempié, pues en aquel momento éramos muchos los estudiantes y, como decía, la juventud necesita alimentarse; así que, al menos durante el tiempo que yo permanecí en ella, en la cárcel de Carabanchel, los presos políticos hacíamos cinco comidas al día. Comprendo que algunos lectores se muestren incrédulos ante tal abundancia. Atestiguo que es real. En muchas empresas españolas se realizaban colectas para ayudarnos. También enviaban dinero los sindicatos italianos, franceses, suecos y de otros países. Con eso se compraban los alimentos y el tabaco, este racionado, en el economato de la prisión. Al mediodía, en la sobremesa, nos reuníamos a tomar café en la celda de Marcelino y escuchábamos sus siempre interesantes anécdotas y los chascarrillos de Saborido. Luego de forma más seria, un día a la semana, si no recuerdo mal, asistíamos a sus famosas charlas. Otro ritual cotidiano era la lectura comentada del periódico, generalmente Informaciones, en el patio de la tercera galería.

Nada le reprocho pues, a Marcelino Camacho en el trato diario. Sufrió con gallardía y buen ánimo enormes penalidades. No estoy, sin embargo, dispuesto a admitir que fuera un luchador por la democracia. La realidad es que entre quienes se opusieron al franquismo, apenas hubo demócratas. Estos, quizá viajaban a Estoril para visitar a don Juan, no lo sé, pero quienes daban con sus huesos en la cárcel eran comunistas, ni siquiera miembros de un Partido Socialista a aquellas alturas, los últimos meses de vida del dictador, realmente inexistente. He aquí la cuestión: ninguno de los que he mencionado más arriba, ni yo mismo, creíamos en la democracia. A lo sumo, pensábamos que esta, a la que despectivamente calificábamos de burguesa, sería una etapa necesaria en el camino hacia una revolución que ya no podía concebirse bajo el mito bolchevique del asalto al palacio de Invierno y de los marineros del crucero Aurora actuando como fuerza de choque del proletariado insurrecto. La meta no había cambiado, pero en la sociedad moderna las tácticas habían de ser forzosamente distintas. Marcelino lo sabía y hablaba de una alianza entre las fuerzas del trabajo (en las que se integraban junto a los que vestían mono azul, quienes se cubrían con bata blanca, expresión recurrente en sus labios) y de la cultura. Obreros, incluidas las emergentes clases medias, e intelectuales, forjarían la nueva mayoría que, en la situación de inestabilidad que de manera indudable seguiría a la inminente muerte del dictador, conduciría a España, tras una breve etapa democrático burguesa, a la auténtica libertad, la que solo proporciona la dictadura del proletariado, encarnado en su vanguardia, el Partido Comunista. Se trataba, en suma, de construir una sociedad soviética por un camino diferente. No otra cosa era el eurocomunismo, esa flor de un día que en su momento alumbró Enrico Berlinguer y a la que se sumaron con muy distinto grado de entusiasmo Santiago Carrillo, el amigo de Nicolae Ceaucescu, y Georges Marchais.

Esas eran las ideas del Marcelino Camacho que yo conocí. Jamás escuché de sus labios una condena no ya de la represión estalinista, sino tampoco de las intervenciones soviéticas en Polonia, Hungría o Checoslovaquia. Años después, debió de ser en 1982, en la última manifestación del Primero de Mayo a que asistí, unos representantes del sindicato polaco Solidaridad sufrieron el abucheo y los insultos de los afiliados a Comisiones Obreras, cuyo secretario general era Marcelino Camacho. No sé que este hiciera nada en su defensa. La libertad sindical que predicaba tenía sentido en España, pues permitía socavar las bases del Estado, pero resultaba inadmisible en Polonia, donde el Partido Comunista había conquistado el poder.

Fue un hombre honrado, pero no un demócrata, sino un revolucionario. No pertenece al linaje de Tocqueville, sino en todo caso al de Sverdlov. A diferencia de este, sus manos no se mancharon de sangre, pero nunca pronunció una palabra contra los crímenes cometidos por sus camaradas.

Comentarios

  1. Fue un hombre honrado, pero no un demócrata, sino un revolucionario. No pertenece al linaje de Tocqueville, sino en todo caso al de Sverdlov. A diferencia de este, sus manos no se mancharon de sangre, pero nunca pronunció una palabra contra los crímenes cometidos por sus camaradas( sic)
    ...........
    Paco has conseguido emocionarme como siempre con tu confesión. No es un alarde tu confesión de haber estado en la cárcel, sino un intento de redimensionar la historia, y para eso recurres a tu encuentro con el mítico Camacho. Me gusta mucho, sobre todo cuando al principio rompes los idolos. Abraham, Abraham,y él responde : Hineni. ( heme aquí) Camacho seria sin duda un buen hombre, y me alegro que pudieras tener una comida mas por su intervención, pero desde luego lo que se llama un demócrata, no debía ser en un principio. Quizás el hombre con la venida de la democracia, terminó por convencerse de sus bondades.

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  2. ¿Es usted más partidario de Tocquiville o de Sverdlov?

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  3. Quise decir "Tocqueville" no "Tocquiville".

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  4. Pienso que sería más correcto dividir a la gente según su forma de pensar y sus ideas en vez de según su linaje que me recuerda a la raza y al totalitarismo, tan amado por gran parte de la izquierda y también en la derecha y el centro.

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  5. Yo creo que lo correcto sería que leyera usted con antención e hiciera un esfuerzo, si es que su capacidad se lo permite, para entender el significado de las palabras. En cualquier caso, para facilitarle la labor, le recuerdo que estas a menudo se utilizan en un sentido figurado que generalmente, como en este caso, se deduce inequívocamente del contexto.

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