Antisemitismo católico

En diciembre de 1974, el cardenal Willebrands y el fraile dominico Pierre-Marie de Cantenson firmaron un documento titulado “Orientaciones y sugerencias para la aplicación de la Declaración Conciliar Nostra Aetate (n.º 4)”. Se trata de un paso más en el camino de acercamiento al pueblo y la religión judíos emprendido años atrás por una Iglesia Católica que, horrorizada tras la brutal experiencia del nazismo, comprendía la necesidad de replantear el modo en que se ha relacionado con el tronco del que proviene. Ha transcurrido tiempo desde entonces y han sido grandes los avances. No obstante, aún son numerosas las homilías en que el sacerdote se deja llevar por una inercia de siglos y transmite a los fieles, quizá de manera inconsciente, un mensaje que alienta la judeofobia. Voy a referirme a dos experiencias recientes: una en la misa del día del Apóstol Santiago y otra, algo anterior, referida el episodio del evangelio de Lucas en que una pecadora unge a Jesús con un caro perfume. Comenzaré con unas líneas del documente mencionado:

En cuanto a las lecturas litúrgicas, se les deberá dar en las homilías, una justa interpretación, sobre todo, si se trata de pasajes que parecen ofrecer una imagen desfavorable del pueblo judío como tal. Habrá que esforzarse por instruir al pueblo cristiano de manera que llegue a comprender todos los textos en su justo sentido y en su verdadero significado para el creyente de hoy.

Treinta y seis años después, cuarenta y cinco tras la publicación de Nostra Aetate, es aún frecuente escuchar homilías que no siguen dichas orientaciones. El día de Santiago es una ocasión que el sacerdote debe aprovechar para la puesta en práctica de una pedagogía que ayude a los católicos a interpretar rectamente el texto sagrado:

En aquella ocasión el rey Herodes se propuso maltratar a algunos de los [que pertenecían] a la Iglesia. Mató a espada a Santiago, el hermano de Juan, y viendo que [aquello] agradaba a los judíos, volvió a prender [a un apóstol], nada menos que a Pedro... [Hch. 12, 1-3]

La lectura señala a los judíos como responsables de la muerte de Santiago el de Zebedeo. Debería, pues, el sacerdote extremar su cuidado, a fin de no expresar ante los fieles lo que estos pudieran entender como una condena del judaísmo. Un mejor conocimiento de la época ayudaría a modificar la impresión producida por una aproximación superficial. Veamos un texto del historiador judío Flavio Josefo, quien se define a sí mismo como fariseo:

Ananías era un saduceo sin alma. Convocó astutamente al Sanedrín en el momento propicio. El procurador Festo había fallecido. El sucesor, Albino, todavía no había tomado posesión. Hizo que el sanedrín juzgase a Santiago, el hermano de Jesús, [llamado Cristo] y a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la ley y los entregó para que fueran apedreados. [Antigüedades judías, 20, 9, 1]

Parece difícil, dadas las discordancias, que ambas citas se refieran a un mismo personaje, lo que abre el interrogante de quién fuera este Santiago, hermano de Jesús. Pero, pese a su interés, no es esa la cuestión que ahora nos ocupa. Josefo, de un lado exculpa a los romanos, de otro, hace recaer la responsabilidad de esta muerte sobre el grupo saduceo. Esta consideración trae a la memoria el hecho de que en los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, son también los saduceos, y no todos los judíos, los culpables de la muerte de Jesús. Incluso, según Lucas, los fariseos le habrían prevenido en una ocasión a fin de que se pusiera a salvo de las asechanzas de Herodes Antipas:

En aquella hora se le acercaron algunos fariseos a decirle: “Sal y vete de aquí porque Herodes quiere matarte.” [Lc. 13, 31]

A esto se suma la favorable imagen de los fariseos en los Hechos de los Apóstoles:

Entonces un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, con prestigio ante todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín. Mandó que se hiciera salir un momento a aquellos hombres, y les dijo, “Israelitas, mirad bien lo que vais a hacer con estos hombres. Porque hace algún tiempo se levantó Teudas, que pretendía ser alguien y que reunió a su alrededor unos cuatrocientos hombres; fue muerto y todos los que le seguían se disgregaron y quedaron en nada. Después de este, en los días del empadronamiento, se levantó Judas el Galileo, que arrastró al pueblo en pos de sí; también este pereció y todos los que le habían seguido se dispersaron. Os digo, pues, ahora: desentendeos de estos hombres y dejadlos. Porque si esta idea o esta obra es de los hombres, se destruirá; pero si es de Dios, no conseguiréis destruirles. No sea que os encontréis luchando contra Dios”. [Hch. 5, 34-39]

Pablo mismo se proclama judío y discípulo de Gamaliel:

Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad [Jerusalén], instruido a los pies de Gamaliel conforme a la estricta observancia de la Ley de nuestros padres. [Hch. 22, 3]

Por su interés, aunque la cita sea extensa, conviene recordar la comparecencia de Pablo ante el Sanedrín:

Pablo miró fijamente al Sanedrín y dijo: “Hermanos, yo me he portado con entera buena conciencia ante Dios, hasta este día.” Pero el Sumo Sacerdote Ananías mandó a los que le asistían que le golpeasen en la boca. Entonces Pablo le dijo: “Dios te golpeará a ti, pared blanqueada ¿Tú te sientas para juzgarme conforme a la Ley y mandas, violando la Ley, que me golpeen?” pero los que estaban a su lado le dijeron: “¿Insultas al Sumo Sacerdote de Dios?” Pablo contestó; “No sabía, hermanos, que fuera el Sumo Sacerdote: pues está escrito: No injuriarás al jefe de tu pueblo.”

Pablo, dándose cuenta de que una parte eran saduceos y la otra fariseos, gritó en medio del Sanedrín: “Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos; por esperar la resurrección de los muertos se me juzga.” Al decir esto se produjo un altercado entre fariseos y saduceos y la asamblea se dividió. Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; mientras que los fariseos profesan todo eso. Se levantó, pues, un gran griterío. Se pusieron en pie algunos escribas del partido de los fariseos y se oponían diciendo: “Nosotros no hallamos nada malo en este hombre. ¿Y si acaso le habló algún espíritu o un ángel.” [Hch. 23, 1-9]

Este Ananías, que quizá no sea el mismo que, según Josefo, hizo matar a Santiago, el hermano de Jesús, murió asesinado por zelotas (una secta violentamente antirrromana) en el año 66, al comienzo de la guerra judía. En cuanto a la actitud de Pablo, cabría argüir que este se limitó a aprovechar en beneficio propio la enemistad entre los dos grupos presentes en el Sanedrín. Quien tal hiciera, pasaría, sin embargo, por alto que la treta solo tuvo éxito porque los fariseos lo consideraron uno de los suyos. Más bien parece que en este momento no se consideraba aún incompatible la pertenencia al fariseísmo (y, por tanto, al judaísmo), con la aceptación de Jesús como Mesías.

Parece tras esto evidente que el judaísmo del siglo I era enormemente plural, por lo que alusiones generales a los judíos, como la contenida en el relato de la muerte de Santiago el de Zebedeo, deben ser explicadas a los fieles. Quizá, aunque parezca obvio, haya que empezar por recordar que tanto Jesús como los Apóstoles eran judíos observantes, por lo que su enseñanza no puede entenderse al margen de la religión mosaica. Ambos relatos, el de Hechos y el de Josefo pueden interpretarse como expresión del grado de violencia a que recurrieron los saduceos con el fin de mantener el control del templo y asegurar las buenas relaciones con el poder romano, al que, por otro lado, intentaban instrumentalizar contra los fariseos y el resto de las sectas. Ninguna matización, ningún intento de explicación y de contextualización hubo, sin embargo, en la homilía a que me refiero, en la que el sacerdote dio, sin más, por bueno que Herodes Agripa hizo matar a Santiago el de Zebedeo para agradar a los judíos.

El segundo caso, algo anterior y ocurrido en una parroquia distinta, sucedió, como ya he dicho, con motivo del episodio de la pecadora en el Evangelio de Lucas (Lc. 7, 36-50). En esta ocasión, la reflexión del sacerdote giró en torno a la contraposición entre la actitud acogedora de Jesús y la inflexible rigidez del judaísmo. No se precisa a mi juicio en este caso más que una lectura atenta y libre de prejuicios para desmentir esta interpretación. Observemos, en primer lugar, que un fariseo, de nombre Simón, invita a su casa a Jesús. Este hecho parece indicar por su parte cierta simpatía o, al menos, curiosidad. Pero eso no es todo. Cuando irrumpe la pecadora, el anfitrión no ordena a sus criados que la expulsen, sino que permite que se acerque a su huésped y le unja con el perfume. Es más, ni siquiera se atreve a expresar en voz alta las dudas que en él suscita el comportamiento de Jesús.:

Al ver[lo] el fariseo que lo había invitado se dijo: “Este, si fuera profeta, sabría quién, y qué tipo de mujer es la que lo está tocando, porque es una pecadora” . Pero Jesús, tomando la palabra le dijo: “Simón, tengo algo que decirte.” Él dijo: “Maestro, di.” (Lc. 7, 39-40).

Simón sospecha que no se halla ante un profeta, es decir un hombre inspirado por Dios. Es obvio que esta consideración carecería de sentido si antes no se hubiera planteado que realmente pudiera serlo. Pero es más, esto no impide que, cuando contesta a Jesús, le dé el respetuoso título de maestro. Sigue pensando, por tanto, que Jesús es un profundo conocedor de la Torá. Para Simón, Jesús quizá no sea un profeta, pero, con seguridad, es un rabino.

En el mundo actual, en el que toma nuevo impulso una judeofobia nunca desaparecida, la Iglesia Católica debería extremar la cautela al tratar determinados episodios del Nuevo Testamento. Poco valen las iniciativas del Concilio y del Santo Padre si en la misa dominical continúa presentándose al judaísmo como opuesto al cristianismo.

Comentarios

  1. Pablo, dándose cuenta de que una parte eran saduceos y la otra fariseos, gritó en medio del Sanedrín: “Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos; por esperar la resurrección de los muertos se me juzga.”
    ...........
    Veo que vuelves a incidir en el tema del cristianismo como fariseismo helenizado. Este párrafo que señalas habla de una de las grandes diferencias entre saduceismo y fariseismo:la resurreción de los muertos" y eso demuestra, entre otras cosas que la tradición cristiana es farisea, pese al mala imagen del fariseismo, no solo en la prédica de algunos, sino en el propio uso del término fariseo como engañoso y vil.

    hace mucho que la declaración Nostra Aetate empezó a desbrozar el camino de desencuentro y malas enseñanzas, hoy, pese a que algunos catequistas aún no se han rendido a la evidencia de que son una rama del tronco del olivo, hay fundadas esperenzas para alentar esperanzas de encuentro entre ambas maneras de entender al D-ios.

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  2. Estoy de acuerdo con nuestro amigo Mario Saban en que Jesús, si lo consideramos como hombre y dejamos a un lado las concepciones teológicas, era un rabino fariseo de la escuela de Hillel. El helenismo llegaría más tarde y sería Pablo, otro rabino fariseo, quien le abriría la puerta.

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  3. El antisemitismo alcanza cotas repugnantes en algunas páginas católicas. Como ejemplo, puede consultarse el artículo sobre Santo Dominguito del Val en Catholic.net: http://es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=13048

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