Miedo

Quizá solo sea un signo de que la juventud hace ya tiempo que me abandonó, pero por primera vez en la vida creo sentir miedo. No se trata de algo personal. Siempre supe que soy mortal y, aunque me gusta este mundo, no me aferro a él. Es algo mucho peor: una sensación de fracaso vital, de pérdida de confianza en el futuro. Comprendo que fui un necio seducido por los ideales de la Ilustración. Un discípulo mediocre de Rousseau, pero también de Comte y Marx e incluso, aunque ante este mantengo el mayor respeto, de Kant. Fui, como tantos otros, un creyente en la religión del progreso; un iluso convencido, contra toda evidencia, de que la humanidad avanza de manera irreversible hacia mejor; un optimista seguro de que la luz siempre disipa las tinieblas. Alguien dirá: ¿cómo es posible, tras la Shoá, mantener la fe en el progreso?; y, sin duda, tendrá razón. Ni siquiera la ingenuidad de Pangloss alcanza a resistir prueba semejante. Mas quien tal argumenta olvida la fuerza de la ignorancia. Nada es la Shoá para quien la desconoce. Sacrificados en el matadero, reducidos a humo y cenizas, esos millones de seres a quienes un día se privó de la condición humana no hablan a la conciencia de las gentes. La memoria se diluye a medida que desaparecen los supervivientes, y los jóvenes pueden dar crédito a los revisionistas que niegan o atenúan la matanza. Las obras de Primo Levi, Imre Kertész, Ana Frank, Viktor Frankl o Victor Klemperer, quedarán relegados a polvorientos estantes en ignoradas bibliotecas; o, quizá aún peor, pues es más insidioso, la Shoá pasará a contar como uno más de los numerosos crímenes que han jalonado la historia de la humanidad. Perderá así su carácter singular para quedar diluida como una infamia más en un vasto océano.

Se habla, día sí, día también, de memoria histórica. Aborrecible sintagma que esconde la voluntad de reinventar el pasado. Conservo en mi biblioteca personal la Historia del Partido Comunista (Bolchevique) de la U.R.S.S., aprobada por el Comité Central del PCUS en 1938. Entresaco al azar una cita correspondiente al período comprendido entre febrero y octubre de 1917:

Trotski y los elementos más afines a él, que no eran muchos, no ingresaron en el Partido, como había de demostrarse andando el tiempo, para trabajar a favor de él, sino para quebrantar y minar su fuerza desde dentro (Historia del Partido Comunista (Bolchevique) de la URSS. Madrid, 1976, t. II, p. 31)

Esa era lo que en 1938 los ciudadanos soviéticos estaban obligados a aceptar como memoria de la Revolución. Si bien lo pensamos, fue esta un fenómeno muy extraño, pues la inmensa mayoría de sus dirigentes (Trotski, Rykov, Radek, Bujarin, Kamenev, Zinoviev, Tujachevski, etc.) se revelaron a la postre como contrarrevolucionarios cuyo único afán consistía en debilitar al Partido.

Pensará el lector: “¿A qué esto? Nada tiene que ver conmigo.” Incurrirá así en un grave error. Si he traído aquí este recuerdo ha sido con la intención de mostrar hasta qué punto puede falsearse el pasado y cómo lo que se presenta como memoria colectiva no es más que reconstrucción desde los intereses del presente. Aún podrá argüirse que eso solo sucede en los regímenes totalitarios, en mundos de pesadilla como el 1984 de Orwell, en que una legión de historiadores trabaja infatigable para reescribir los libros de modo que se acomoden a las directrices del Comité Central. No. Esa alteración ha estado siempre presente. Gracias a ella, muchos franceses que toleraron de buen grado la ocupación nazi acabaron por creer que habían participado activamente en la Resistencia, y numerosos alemanes se convencieron de que no se habían percatado de la desaparición de sus vecinos judíos.

La invención del pasado es inseparable de la perversión del lenguaje. Algo que comprendió Victor Klemperer y que le empujó a escribir Lingua Tertii Imperii. Es algo advertido también por Imre Kertész:

…el acontecimiento más grave y quizá no del todo valorado de nuestro siglo XX es que el lenguaje se contagió de las ideologías y se convirtió en algo sumamente peligroso. (Un instante de silencio en el paredón. Barcelona. 2002. p. 15)

En realidad, ya mucho antes Lewis Carroll había percibido el peligro. Recordemos el diálogo de Alicia con Humpty Dumpty:

−Pero «gloria» no significa «un argumento que deja bien aplastado» −objetó Alicia.
−Cuando yo uso una palabra −insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso− quiere decir lo que yo quiero que diga..., ni más ni menos.
−La cuestión −insistió Alicia− es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
−La cuestión −zanjó Humpty Dumpty− es saber quién es el que manda..., eso es todo.
(A través del espejo y lo que Alicia encontró allí. Cap. 6)

Pero, insiste tozudo el lector, todo eso es interesante y quizá cierto, sin embargo no alcanzo a ver qué relación tiene con el presente. Bien, podríamos iniciar nuestra contestación refiriéndonos a la burda manipulación del pasado que a diario perpetran los medios de comunicación afines en mayor o menor medida al gobierno. Esa que presenta sin rubor la guerra Civil de 1936 a 1939 como un enfrentamiento entre la democracia y el fascismo, la que olvida los discursos incendiarios de Largo Caballero o la violencia cotidiana vivida en ciudades como Madrid. Nada más falso. Veamos cómo describe Clara Campoamor la situación en la capital en los meses previos a la sublevación militar:

… desde la mitad de mayo hasta el inicio de la guerra civil, Madrid vivió una situación caótica: los obreros comían en los hoteles, restaurantes y cafés, negándose a pagar la cuenta y amenazando a los dueños cuando aquellos manifestaban su intención de reclamar la ayuda de la policía. Las mujeres de los trabajadores hacían sus compras en los ultramarinos sin pagarlas, por la buena razón de que las acompañaba un tiarrón que exhibía un elocuente revólver. Además, incluso en pleno día y hasta en el centro de la ciudad, los pequeños comercios eran saqueados y se llevaban el género amenazando con revólver a los comerciantes que protestaban (La Revolución Española vista por una republicana. Sevilla, 2005. p. 45)

Prosigamos la lectura unas páginas más adelante y recordemos de pasada que la autora había peleado bravamente en defensa del sufragio femenino y pertenecía a la masonería.

…los partidos republicanos de la izquierda, con el fuerte apoyo de socialistas y comunistas, y siguiendo en esto los consejos de ese genio maligno, fatal para la República, que ha sido don Indalecio Prieto, perdieron su crédito moral derribando al primer presidente de la República, el Sr. Alcalá Zamora, sin preocuparse por la falta de base legal de tan osada maniobra (p. 47).

Nada de esto se menciona en la visión canónica del pasado que, como memoria histórica, quiere imponer el gobierno socialista, apoyado por un difuso conglomerado de fuerzas izquierdistas, nacionalistas y antisistema. En su lugar, se alza una interpretación maniquea que enfrenta a las fuerzas de la luz con las de las tinieblas, en una batalla mitológica en la que si bien estas últimas alcanzaron una pasajera victoria, pronto caerán irremisiblemente derrotadas.

Vuelvo aquí a esa sensación de fracaso vital a que me referí al principio del artículo. Por unos años, pudimos sentir el orgullo de haber enterrado el odio, pero ahora sabemos que aquello fue una vana ilusión. La España edificada sobre una reconciliación sellada legalmente en la ley de Amnistía de 1977 y en la Constitución de 1978, salta por los aires dinamitada por un gobierno sectario e incapaz. Decir que es el más nefasto de la etapa democrática es pecar de benévolo, pues jamás nadie en España destruyó tanto en tan poco tiempo. El paro y el déficit público alcanzan cifras escalofriantes que comprometen seriamente nuestras posibilidades futuras, la recesión económica parece no tener fin, las reformas de los estatutos de autonomía minan la Constitución, pero el gobierno se ha hecho dueño de las palabras, ha impuesto un lenguaje en el que estas significan lo que dicta el poder, y, con la finalidad de reavivar el odio, ha creado un pasado que hace añicos aquella reconciliación nacional que en nuestra juventud propugnó, quién lo diría, el Partido Comunista de España.

Ya que celebramos el centenario del nacimiento de Miguel Hernández, no puedo terminar sin citar uno de sus poemas, no sea que algún ingenuo todavía crea que el poeta fue un defensor de la democracia:

Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos
has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente,
y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos,
como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente.
De unos hombres que apenas a vivir se atrevían
con la boca amarrada y el sueño esclavizado:
de unos cuerpos que andaban, vacilaban, crujían,
una masa de férreo volumen has forjado.

(Rusia)

Esta obra fue escrita durante un viaje a Rusia en septiembre de 1937 en el apogeo del Gran Terror. ¿Podemos creer que Miguel Hernández pasó por allí y no se enteró de nada? Salvemos sus palabras del olvido en que las sumirá la memoria histórica e intentemos imaginar lo que hubiera ocurrido de haber vencido los suyos.

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