Todo por la Revolución

Por recomendación de mi buen amigo Sigfrido Samet, quien hace algún tiempo me envió un artículo sobre este libro, he comenzado a leer Generación Mao, escrito por Xinran y publicado en español por Planeta en 2009. Al modo de Los que susurran, de Orlando Figes, la obra se construye a partir de una serie de entrevistas; en este caso, no con supervivientes del Gulag, sino con veteranos que vivieron las grandes transformaciones de la China del siglo XX. Son relatos muy distintos, auque podríamos aislar algunos rasgos compartidos. Llama sobre todo la atención, la dificultad, casi imposibilidad, que estos ancianos encuentran para comunicar a sus hijos y nietos aquello que han vivido. De no ser por Xinran, que les obliga a bucear en el recuerdo, su memoria se desvanecería y pronto un heroísmo y un sufrimiento que se encuentran en la base de nuestro mundo caerían en un absoluto olvido. Son vidas obviamente distintas, pero que al unirse conforman un poliedro en el que se encierran las ilusiones, espejismos y atrocidades del siglo XX. No es hoy mi intención entrar en un análisis pormenorizado del libro. Me limitaré a llamar la atención sobre una de las historias tan trágicas como entrañables que contiene. La de quienes, según la propia autora, constituyen un matrimonio distinguido: el señor y la señora You.

Hablemos primero de él. Estudiante aventajado de Física opta, a instancias del Partido, por la Geofísica, y marcha a completar su formación a Moscú. Son los años inmediatamente posteriores al triunfo de la Revolución y las relaciones chinosoviéticas aún son buenas. Al regreso le esperan importantes puestos como encargado de las prospecciones petrolíferas en diversas regiones a cual más inhóspita. Es un hombre tenaz e inagotable, hasta el punto de que recibe el título de Héroe del trabajo; algo que supone como único premio, la colección de las obras completas de Mao. Su vida es dura. Se aloja en barracones o tiendas de campaña y, pese a su prestigio y a su capacidad, apenas obtiene la ración de alimentos necesaria para mantener la vida. El único combustible son boñigas de vaca. Y, sin embargo, You es un privilegiado, un cuadro dirigente del Partido, un científico famoso, no uno de esos miserables condenados a la rehabilitación mediante el trabajo.

Ocupémonos ahora de su esposa. Apenas adolescente, marcha a cientos de kilómetros del hogar para proseguir los estudios y luego se alista voluntariamente en un destacamento de prospección petrolífera. No juzga necesario visitar a sus padres para despedirse o siquiera informarlos de su decisión. Allá, en el lejano Xian, conocerá a quien pronto será su marido. Las costumbres han cambiado y el matrimonio ya no se concierta en la infancia mediante acuerdo entre las familias. Los activistas solo precisan la autorización del Partido. Aún casados, los esposos duermen separados: él en el pabellón de los hombres; ella en el de las mujeres. Hay una habitación que durante unas horas pueden compartir tras solicitarlo y esperar a que les llegue el turno. Así, los You engendran a tres hijos, que son enviados rápidamente junto a los abuelos, pues las tareas revolucionarias les impiden ocuparse de ellos.

Y, sin embargo, se diría que son felices. Se han entregado en cuerpo y alma a la Revolución y no precisan otra recompensa. Pero un día el señor You se convierte repentinamente en sospechoso: ha estudiado en la Unión Soviética y posee un receptor de radio. Los Guardias Rojos lo acosan como contrarrevolucionario. Pierde sus puestos de responsabilidad y se ve obligado a trabajar como mecánico. A sus hijos, que viven a miles de kilómetros y a los que apenas conoce, se les prohíbe el acceso a la escuela. Luego, tras la muerte de Mao, vendrá la rehabilitación. De nuevo, los cargos importantes. Ahora incluso el dinero. Pero una barrera infranqueable se ha alzado entre los You y sus hijos: esos niños a quienes ignoraron, absorbidos como estaban en la edificación del mundo socialista; esas criaturas confiadas al sacrificio de unos abuelos silenciosos, privadas del acceso a la educación a causa de imaginarios pecados cometidos por sus padres. En su vejez, los You sienten un inmenso remordimiento. Saben ahora que entre la Revolución y los hijos se equivocaron al elegir y entienden que causaron un mal que ya no pueden remediar.

Comentarios

  1. Gran tema.La gran mayoría sentimos la necesidad de procrear en un momento dado de nuestra vida. Sin embargo, muchas veces respondemos a la necesidad biológica, pero no al compromiso moral. No solo traemos niños al mundo para la supervivencia, también para crear nuestro futuro. Y nuestro futuro, no nos engañemos, son hombres y mujers libres, preparados y sanos, tanto física como mentalmente. Esta planta solo pude germinarse en un semillero: la familia. Da igual su constitución; a saber, hetero u homosexual, monoparental, separados... cualquier niño tiene el derecho, RECLAMA CON DERECHO, a crecer dentro de la alegría y la estabilidad. En todo momento tiene que saber quién le cuida, tiene que estar seguro de que sí cae recibirá un beso, y más que el color de las paredes de su casa debe dar por hecho que la gente de su alredeor es feliz, le cuidará y sabrá ponerle límites para que pueda aprender el camino. Todo lo que salga de aquí, no es correcto, porque fuimos nosotros, y no ellos, los que decidimos que nacieran. Así pues, nos toca a los adultos hacer de tripas corazón, y abandonar muchos de nuestros sueños, porque solo así la realidad superará la utopía...

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  2. Tienes razón, Mónica. Sin embargo, muchos de quienes pertenecemos a la generación anterior a la tuya, creímos en la juventud en aquellos ensueños. Pensábamos entonces, tan seducidos por Marx como por Marcuse, que la utopía estaba al alcance de la mano. Hoy, al menos algunos, pensamos que no es siquiera un sueño inalcanzable, sino una horrible pesadilla. En suma, el infierno en la tierra.

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