Domingo Badía Leblich
Por una aparente paradoja el país más preocupado por su memoria histórica es el que menos conoce su pasado. Si Domingo Badía Leblich hubiera nacido en Portsmouth o en New Haven su vida hubiera servido de argumento a más de una película, pero quiso el hado que viera la primera luz en Barcelona, algo que ha sido funesto para su fama. No se crea que le hubiera ido mejor de haber nacido madrileño. Ahí está para demostrarlo Ruy González de Clavijo, nada menos que embajador de Enrique III de Castilla ante Tamerlán en la corte de Samarcanda. Cuatrocientos años separan a ambos personajes, pero quedan unidos por el común olvido.
Domingo Badía fue espía y aventurero, pero a la vez perteneció a la estirpe de viajeros científicos en que tan prolíficos fueron los siglos XVIII y XIX. Esa que alumbró a Jorge Juan, Antonio de Ulloa, Dionisio Alcalá Galiano y, más tardíamente, a Manuel Iradier, y engrandeció a una España que, incapaz de apreciar su valía, se comportó como madrastra rencorosa con el...