Puerta cerrada
La puerta de doble hoja se cerró y la cama desapareció de mi vista. Terminaba una noche angustiosa en que nada parecía capaz de mitigar el dolor de mi madre, en que su respiración se hacía por momentos más difícil y en que yo no podía hacer más que llamar una y otra vez a la enfermera. Eran vanos mis esfuerzos por tranquilizarla, quizá en realidad más dirigidos a mí mismo que a ella. Sus palabras perdían coherencia a medida que pasaban las horas y su voz se hacía más y más extraña. Unas veces suplicante y otras colérica, casi desesperada. Las agujas del reloj avanzaban de manera más y más premiosa como si las agobiara un enorme esfuerzo. Pese a ello, al fin la tenue luz del amanecer terminó por llegar a la habitación. Tres médicos me pidieron que esperara fuera, mientras la examinaban. Luego, en el pasillo, me expusieron la gravedad de la situación. Realmente, su explicación, en la que intentaban transmitir un resto de esperanza, me sonaba extrañamente innecesaria, como si ya la conoci...