Atenas, Delfos
Como innumerables turistas he visitado Grecia este verano, pero yo, a diferencia de ellos o al menos esa ilusión me hago, he preparado el viaje concienzudamente. He releído una vez más los libros que me han acompañado desde los inicios de la adolescencia: las tragedias de Esquilo y de Sófocles (Eurípides, sin que sea capaz de precisar el motivo, nunca ha despertado mi curiosidad); también algunos fragmentos de Herodoto, en especial los que narran las batallas de Maratón, de las Termópilas, de Salamina y de Platea; algo de Tucídides, la magnífica oración fúnebre en que Pericles canta a la isonomía, a la igualdad de todos ante la ley, pero no he olvidado el inquietante diálogo de los melios, cuando los poderosos atenienses proclaman su derecho a oprimir a los débiles, a quienes no queda sino elegir entre el sometimiento y la muerte; en fin, de nuevo me he encontrado con Jenofonte, con Platón, con Polibio y con Plutarco. Los sangrientos mitos de los Labdácidas y de los Átridas han revivid...